En círculos de opinión y en alguno seudo-sindical se pretende menospreciar la huelga del 14-N como política. Parto de considerar que las huelgas generales son un elemento de irrupción política de la representación y organización colectiva de las y los trabajadores (sindicatos). Entendiendo la política como el ámbito de decisión para conseguir los objetivos que una sociedad se fije en los asuntos públicos, está claro que una huelga general pretende influir en esa decisión desde el ejercicio democrático de la misma.
Si lo que se pretende es mezclar el carácter “político” con el “partidista” ahí se pincha en hueso. Es difícil tachar de partidista una convocatoria de ámbito europeo. No parece que hacer oposición a Rajoy sea lo que motive a sindicatos portugueses, italianos, griegos, malteses o chipriotas a convocar paros generales. Extraña pensar que la DGB alemana, la CGT o la CFDT francesa, la FGTB belga o sindicatos checos y eslovenos tengan entre sus desvelos los desvaríos de Fátima Báñez.
Pero más allá de estas zarandajas hay un tema que no se debiera pasar por alto cuando se habla con tanta frivolidad de “lo político”. Y más en un momento donde vende y levanta aplausos “lo anti-político”.