No es nada nuevo decir que aparte de una crisis económica padecemos una crisis política de primer orden. Es más, quizás en Europa al menos, la crisis es ya fundamentalmente política. O dicho de otra manera, el enorme gripaje del motor del crecimiento económico de las últimas décadas ha hecho emerger la deficiente construcción política de Europa.
La crisis estaba cada vez más comúnmente diagnosticada. En el proceso de globalización, el poder económico, particularmente el financiero, se había desatado del poder político restringido a los espacios estatales. El crecimiento económico se basaba en una especie de “operación puerto” en la que las infiltraciones de sangre eran el trasvase de los excedentes de ahorro y capital. Los ciclistas dopados eran las zonas deficitarias con débiles estructuras productivas, pero que en la orgía de EPO de endeudamiento, de crédito o inmobiliario subían el Tourmalet en un aparente periquete.