El economista
francés Thomas Piketty ha estado promocionando
su libro "El capital en el Siglo XXI" a través de numerosas
entrevistas, encuentros y actos públicos. Bienvenido sea que alguien que
despierta interés mediático, ponga el foco en una valoración que cuestiona la
actual hegemonía de pensamiento sobre la crisis, desde una idea fuerza: la ineficacia económica de la desigualdad.
Especialmente a
partir del golpe de timón de 2010, en Europa se ha acentuado el mensaje de que
la cuestión nuclear para hacer frente a la crisis era resolver un problema de oferta. Es decir, poner el foco en que son los
problemas de competitividad, regulatorios o de marcos de referencia los que
explican porque las empresas no están en disposición de generar más bienes y servicios,
y con ellos más empleo. No es una visión inocente, claro, es la coartada
perfecta para llevar a cabo lo que se denominan reformas estructurales. Y para
haberlas llevado a cabo desde la legitimidad social o al menos electoral. Si
son los problemas de oferta los que generan paro, o hacemos estas reformas, o
el paro seguirá en niveles inaceptables.
Reformas que
en el ámbito laboral por ejemplo, han estado encaminadas a facilitar una
reducción general de los salarios. A través de la descentralización de la
negociación colectiva, situando los niveles de decisión prevalentes en los ámbitos
reducidos de las empresas, y facilitando la no aplicación de las normas
colectivas pactadas en convenios. Así lo prescribió la Troyka.
Sin embargo
las consecuencias de estas medidas, auténticos planes de devaluación interna en
la periferia europea, son más que discutibles. En efecto, el saldo exportador
de economías como la española mejoró. Con muchos matices. Lo hizo mientras las
economías centrales tuvieron un cierto dinamismo. Cuando todas se afanan en políticas
de austeridad, y todas a la vez, el saldo exterior palidece.
Las
previsiones con las que el Gobierno Vasco ha realizado sus presupuestos para
2015, apenas prevén que el saldo exterior aporte una décima al crecimiento de
PIB para el año que entra. Casi todo el grueso de la mejora se fía a la demanda
interna. Y eso en el territorio de mayor peso industrial y exportador del
estado.
Por contra, la
devaluación ha tenido y tiene un efecto de contracción económica evidente que
alarga las consecuencias de la crisis, el paro y además agranda las
desigualdades de renta como ponen de manifiesto todos los estudios al respecto.
Lo más
interesante del mensaje fuerza de Piketty
es que sitúa la devaluación y la desigualdad no ya como una política injusta
socialmente, sino ineficaz económicamente. Consecuencia de la crisis pero
también causa de la prolongación de la misma. Frente a la machacona
insistencia en los problemas de oferta, hay que decir que estamos ante una crisis de demanda solvente y es verdad que en algunos
países de insuficiencia de su aparato productivo. Que el terremoto
económico de 2007, coaguló un sistema de distribución de recursos a través del
sistema financiero y las burbujas de sobreendeudamiento asociados a él. Y que
para recuperar empleo y actividad, es necesaria una distribución de riqueza que
no puede venir de otra exuberancia
irracional de las finanzas, sino de la equidad redistributiva a través de
la riqueza que se genera en las empresas y en la propia sociedad (política
salarial y fiscal)
Es cierto que
este discurso por otra política económica ya no es marginal, y casa bien con
buena parte de lo que ahora se escucha y se quiere escuchar en las opiniones
públicas, hartas de las consecuencias sociales de los recortes y el paro. Incluso
se abren resquicios, muy insuficiente eso sí, frente al dogmatismo austericida. El plan Juncker, las próximas decisiones sobre compra de bonos del BCE o el proceso de negociación que se tendrá que abrir con posterioridad a las elecciones
griegas, son el preludio de un año intenso política, social y esperemos que
económicamente.
Pero hay otra
parte del discurso, menos simpática a los oídos de muchos y que también ha
hecho Piketty. La constatación de que
otra política fiscal más expansiva por la vía de grabar más la riqueza,
mutualizaciones de deuda que aligeren los enormes lastres de los países
endeudados, y en definitiva, una mejor política redistributiva, sólo tienen
viabilidad desde una reforma de las instituciones europeas, para profundizar en
una mayor unión política, fiscal y presupuestaria.
O dicho de
otro modo, que sólo el reforzamiento de un poder central democrático y federado en la Unión, abrirá opciones reales
de ejercicio más pleno de soberanía ciudadana en las instituciones de los
estados. Si entendemos este ejercicio como ampliar los márgenes para poder
optar. De la elección de políticas alternativas. Y aquí me parece, que Piketty tiene menos fans, imbuidos como
estamos en debates circulares sobre desiderátums, frases hechas, galgos y
podencos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario