sábado, 5 de enero de 2013

Bach en el metro



Washington D.C.  Estación del Metro una mañana fría de enero de 2007. 


Terminó de tocar ante el silencio ajeno de los transeúntes que entraban y salían por la puerta principal de la una estación cualquiera del metro de Washington.




El hombre vestido de oscuro recogió las monedas dispersas esparcidas por el estuche del violín antes de acomodar con sumo cuidado el instrumento y taparlo con un paño azul. 32 dólares en menos de una hora no era una mala recaudación.  Y menos teniendo en cuenta la indiferencia generalizada que había provocado sus cuarenta y cinco minutos largos de interpretación. 

Recordó apenas a seis personas que se había detenido a escuchar las distintas piezas de Bach que se habían mezclado con el ruido del batir de las puertas reversibles, los pasos apresurados, las ruedas de las maletas arrastradas con tirones, las conversaciones apagadas. Sólo algunos niños se quedaban mirando con curiosidad el vigoroso frote del arco que aleteaba aquel hombre extraño que situaba aquella cosa curva entre la cara y el hombro.


Una veintena había depositado alguna moneda. Básicamente  monedas de un dólar, varias de 50 céntimos e incluso había quien había liberado el bolsillo con las exiguas monedas de 25 o 10 céntimos con las caras de Roosevelt y George Washington.

Salió arrastrando los píes y preparándose para la bofetada fría y húmeda de la mañana invernal, soleada y apenas con temperatura por encima de los 32 grados Farenhait.

Inmediatamente llamó a un taxi. Se subió en los asientos traseros. "Al hotel JW Marriott, en Pennsylvania Avenue, por favor". Mientras veía un cartel luminoso anunciando a una estrella emergente del momento, Lady Gaga, que debutaba en el Verizon Center de Washington bajo el reclamo de "El último espectáculo increíble y explosivo de burlesque" ("otra mamarracha" deslizó el taxista que le seguía la vista a través del retrovisor), apretó contra si el violín. 

Fue el mismo gesto con el que uno días antes había salido del teatro de Boston aclamado por un público que había pagado 200 dólares por una localidad. Un gesto de amor y de inconsciente protección a un Stradivarius de más de tres millones de dólares. Joshua Bell llegó al Marriott donde un solícito empleado tocado con sombrero de copa le abrió la puerta del coche. Pagó al taxista y le entregó una propina. 32 dólares. "Tenga, por si quiere ir a ver al mamarracho"



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