El filósofo alemán Jürgen Habermas ha elaborado una reflexión-ensayo sobre posición de la izquierda europea respecto al proceso de
construcción política de la Unión. Forja su opinión como respuesta a otro
ensayo del sociólogo Wolfgang Streeck. El interesante cruce de
opiniones, es útil para analizar la actual situación de crisis social,
económica, política y porque no, sindical. Voy a hacer un pequeño relato de
algunas cuestiones que aparecen en el ensayo, o al menos de lo que yo he
entendido (seguro que con errores interpretativos) y que tienen especial
relevancia en el contexto actual.
En el apartado de las coincidencias de ambos “mosqueteros dialécticos” aparece una
descripción de la crisis de 2008 que
concluye en una aseveración muy ajustada:
La narración de la crisis sitúa como central un proceso de
interacción que ha sido bruscamente modificado y en la que participan tres
actores.
Los tres actores serían la
ciudadanía, la economía (tomada
como los agentes económicos preponderantes, especialmente el financiero) y el Estado (que a algunos efectos creo
que podría equipararse a las instituciones y organizaciones de representación
democrática de la ciudadanía).
La brusca modificación que se ha puesto de manifiesto con el
estallido de la crisis es el sometimiento del Estado (representación democrática) a la economía. Si ese Estado
había sido legitimado como un elemento bisagra para conciliar el interés de la economía de valorizar su capital, con
el interés de la ciudadanía de dar
satisfacción a sus intereses, la ruptura de esa bisagra conlleva una denuncia
de la ciudadanía de ese estado, que se deslegitima (y con él
todo el aparato de representatividad).
También hay una interesante referencia a la mutación que
habilita el sometimiento señalado, en un contexto de creciente desigualdad y tolerancia
a la misma en la gestación previa a la crisis. El cambio del estado fiscal por el estado deudor. Es
decir, el estado democrático gobernado por ciudadanos y que toma en base a sus
intereses, decisiones de regulación, recaudación y gasto, es sustituido,
primero parcialmente y luego de facto,
por un estado que depende de sus acreedores. Y lógicamente estos también
imponen sus intereses a la hora de decidir sobre regulaciones, recaudación y
gasto.
En un primer modelo las altas tasas de empleo, los sistemas
redistributivos, los servicios de ciudadanía y la provisión frente a
contingencias como el paro, la enfermedad, la vejez, etc. tenían un gran
predicamento y apoyo popular. En el segundo en cambio, ganan las políticas de
austeridad y consolidación fiscal, las reglas
de oro presupuestarias o los mismos rescates bancarios, que hacen prevalecer
los intereses de los acreedores para el cobro de su deuda.
Este panorama fácilmente equiparable con la situación actual
en los países endeudados de Europa, esta autonomización
del poder económico corporativo frente al político democrático, al calor de la
aplicación neoliberal, plantea dos opciones desde la izquierda para hacerle
frente.
Una sería lo que Habermas
llama la “opción nostálgica”, que
supondría un repliegue tendente a desmontar la construcción europea y renunciar
a completarla. Esta línea la vincula a la timidez de la izquierda (de cierta
izquierda obviamente) ante las tendencias populistas, nacionalistas o de
derechas (o las tres). Y hace un inquietante paralelismo con los errores
históricos de 1915 que desembocaron en la I Guerra Mundial.
La otra sería el propio planteamiento que Habermas hace en el ensayo. Parte de
considerar que la opción nostálgica es inviable e indeseable, incluso si su
propósito declarado fuese crear instituciones para someter a los mercados a un
control social. Las transformaciones en una sociedad planetaria altamente interdependiente
han superado a la época en que los Estados nacionales tenían los mercados
territoriales bajo control.
Según él, ni siquiera espacios de cooperación de
fragmentaciones políticas son útiles ante una sociedad integrada
económicamente. Fracasarán o fracasarían en su intento de resituar al sector
financiero, altamente autonomizado y actual director de la orquesta, en
sintonía con las necesidades, dimensiones y funciones que requiere la economía
real.
Europa sería el ejemplo más claro de esta situación,
paralizada ante una insuficiente construcción política, tratados ineficaces y
ejercicios unilaterales y asimétricos del poder real desde la órbita financiera
al resto.
Por el contrario en su propuesta, en caso de que se pretenda
una Unión Europea que funcione en base a una convención democrática, se
requiere un proyecto político de fondo. Esto conllevaría un nivel de
transferencias económicas y responsabilidades solidarias, lógicamente a través
de una política fiscal y presupuestaria integrada. Además una reforma política
que rehaga la relación entre Parlamento, Consejo Europeo respecto a la
legislación y una Comisión que realmente respondiera ante estas instituciones.
Como colofón (¿o inicio?) de este planteamiento sería
necesario que los partidos y fuerzas europeístas se encuentren juntos más allá
de las fronteras nacionales. Frente al continuo bloqueo basado en supuestos
intereses nacionales, un modelo de conformación de voluntad política desde un
parlamento que elige sus mayorías en base a pertenencias partidarias trasnacionales. Basado a su vez en la
construcción de un nosotros de ciudadanos europeos.
El ensayo concluye con una serie de realidades que pueden
dar lugar a argumentos a favor o en contra de esa unión política europea. Por
su interés con la realidad de Euskadi o España, merece atención especial alguno
de ellos.
Por un lado la frágil integración social de Estados que ya
ahora son estados-nación discutidos y cuestionados. Plurinacionalidad
conflictiva en definitiva.
Relacionado parcialmente con esto, el riesgo de un modelo
unitario y jacobino que marginalice la variedad cultural europea.
De fondo la posibilidad de un modelo de asimilación de las
culturas económicas del norte al sur que conllevarían una homogenización
social.
Todo esto, expresado como argumentos de imposibilidad y de
indeseabilidad para la profundización política europea por parte de Streek, cuenta con sus réplicas por
parte de Habermas. Básicamente se
podrían sintetizar en estos puntos:
En primer lugar la homogenización de culturas y la
imposición de un modelo económico se están dando ya. Y en lugar de hacerse a
través de procesos de decisión democrático se da por procesos consecuencia de
decisiones de “mercado”. Las propias
reglas de la consolidación fiscal, la constitucionalización
del límite de déficit, o la tutela tecnocrática sobre la condicionalidad de los
rescates no serían algo muy distinto. Las mismas reglas para todos, a la vez, y
al margen de realidades económicas o de intereses de coyuntura cíclica.
Respecto a las cuestiones sobre plurinacionalidades sin
resolver o nuevos modelos jacobinos que diluyan hechos nacionales más o menos
consolidados, Habermas hace una
reflexión conocida pero interesante para reforzar la posición pro-federalista de los estados respecto
a Europa y de las estructuras nacionales intra-estatales
respecto a los estados.
No es cierto que un modelo de estado democrático con
voluntad igualitaria sólo sea realizable desde la base de pertenencia nacional.
De hecho la solidaridad actual (ahora cuestionada) ya se da en los países en
función de la construcción jurídica de la ciudadanía. Solidaridad entre
extraños, llega a decir. No necesariamente entre nacionalmente homogéneos,
cabría añadir. La marginalización o no de culturas minoritarias dependería de
otro debate sobre derechos culturales y no de la realización de una integración
política supranacional.
Por otro lado aparecen otros dos aspectos que la izquierda política
y social no puede olvidar:
El primero. La soberanía nacional puede estar formalmente
sancionada, pero es obvia la reducción de la soberanía popular. De hecho gran
parte de la desafección ciudadana a la política,
el fracaso de la política, incluso
gran parte de la razón de fondo del resurgimiento de procesos pro-segregadores aparentemente
vinculados al hecho nacional, quizás estén motivados mucho más por la
percepción de esa falla en la soberanía popular.
El segundo. La presión de los poderes financieros sobre los
márgenes de actuación de los estados políticamente fragmentados de la
periferia, se percibe como la actuación hegemónica de países deudores
centrales. Esto traslada un guión dialéctico deudores-acreedores sí, pero con
actores políticos que interpretan ese guión: pueblos, estados, países,
gobiernos. Esto tiene un potencial demagógico inmenso. Desvía a disputas nacionales,
lo que debieran ser antagonismos de clase y consolida la contradicción nacional
frente a la contradicción social.
Para finalizar y sobre el ejercicio jacobino de un poder
central europeo, Habermas hace una
propuesta basada en una legitimación del nuevo espacio político a través de un
sistema de decisión ciudadana basada en su doble condición de ciudadanos
europeos y de los diversos estados miembros. Una especie de doble instancia en
las decisiones. Por cierto ¿cómo insertaría en este esquema la definición de
los nuevos status políticos en algunos países de la Unión como Bélgica o
España?
Termina su trabajo pronosticando un éxito electoral de la candidatura anti-europea en
Alemania “Alternativa para Alemania”
que empujaría a una “grandísima”
coalición electoral en sentido contrario. No olvidemos que en algunas encuestas
previas, uno de cada cuatro alemanes de
entre 40 y 49 años valoraba votar a un partido que esté a favor de la
salida de Alemania del euro.
“Alternative für
Deutschland” no llegó al Bundestag
por un puñado de votos. La “grandísima
coalición” se quedó en gran con
la CDU y el SPD. Veremos para qué.
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