Hace pocos días el mundo despedía
a Mandela. Primero desde el reconocimiento casi unánime; inmediatamente desde
la hagiografía o convirtiéndolo en icono del buen-rollismo mundial. En algunos casos, después, enfocando sus
limitaciones. Cada opinante quería situar su opinión sobre el legado de Madiba
en coherencia con lo que ahora opina el opinante sobre la realidad más cercana.
Se tiende a simplificar. A que el
personaje oculte la complejidad de la persona. Producir héroes sin contexto en
lugar de figuras irrepetibles (o no) en procesos multicausales .
Seguramente todo lo que se ha
dicho y más, lo fue. Un luchador que llegó a tomar las armas ante un régimen insoportable.
Un inmenso Político capaz de generar un
consenso para transitar de una segregación brutal a algo que no fuera una
guerra de revancha. Especialmente meritorio porque la condición racial, quizás
sólo comparable con la sexual, genera una discriminación explícita,
indisimulable, en base a un rasgo invariable de alguien. Un gigante moral como
sólo otorga la lucha y la cárcel, la opción de trascender de la propia
experiencia para converger. Para convivir.
También un político, que ejerció,
que negoció, que transicionó y transaccionó.
Y fue, claro, una contingencia en la evolución geopolítica de la tensión de
bloques y el fin de la guerra fría.
Alguien podría hacer un retrato
también de las renuncias y los logros a medias. Una especie de vaciado de su
obra, una revisión ventajista. Es más, si hubiera sido Europeo (por no decir
español, dios le guarde), un cuarto de la población estaría arreando “mandelazos” a otro cuarto. La otra mitad
estaría dormitando. Por violento, por pactista o por haberse abrazado a Naomi Campbell, que de todo habría.
Se celebra, celebramos en estas
semanas actos conmemorativos del proceso 1001. Tal día como hoy hace 40 años se
iniciaba el juicio que sentenciaría a penas de cárcel de entre 20 y 12 años a la “dirección” de Comisiones Obreras en
aquella clandestinidad.
Porque aquí también hubo quien
luchó, quien se exilió y a quien se torturó y asesinó. También quien fue capaz
de trascender de sus propios desgarros para confluir. Para convivir. También
fueron gigantes morales, políticos de altura. Transaccionaron y transicionaron.
Renunciaron y lograron.
No se abrirán hoy con ellos los
diarios. Aquí no habrá vaciado de escultura, sino vacío de ingratitud, de
pereza. Apenas les recordarán, les recordaremos los suyos, los nuestros. La
dignidad y el orgullo que nunca, cerdos, nos podréis arrebatar.
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