sábado, 2 de julio de 2011

Sindicato, 15-M, negociación colectiva

Como cualquier eclosión social de relevancia las causas que han generado el llamado movimiento del 15-M serán variadas y en algunos casos discutibles. Parece claro que las altas tasas de desempleo, sobre todo juvenil y la falta de perspectiva de que esta situación vaya a cambiar en un plazo medio es una, y seguramente la más relevante. Otras pueden ser la percepción de lo particularmente injusto de una situación generada en los ámbitos financieros y vinculados a prácticas especulativas; y de forma especial la incapacidad de la política (dicho en genérico y en términos de uso social) para erigirse en regulador de esos marcos y mercados. La sensación (bien fundamentada, sea dicho de paso) de que se ha consolidado una falla entre la actuación económica de unos poderes que se presentan ocultos y a los que el poder democrático es incapaz de exigir responsabilidades y regular sobre qué se puede hacer y cómo se puede hacerlo. Más bien al contrario son tales poderes los que a través de determinados mecanismos están dictando las políticas.

Esto ha podido poner encima de la mesa la falta de vínculo entre generaciones nacidas y/o socializadas tras la restauración democrática, que han vivido pero no han sentido la “epopeya” de la transición, y el andamiaje institucional que se derivó de ésta. Buena parte del movimiento del 15-M sitúa en esa ajenidad ante “lo establecido” a las propias instituciones, a los partidos políticos, a los sindicatos y en general a cualquier forma de delegación representativa. Esto merecerá la opinión que merezca, pero forma parte de una especie de decepción colectiva detonada en la coyuntura de crisis, pero larvada en los largos años de relajamiento en la responsabilidad sociopolítica incrustada en la mayor parte de la población.

El sindicalismo no quiere ni puede permanecer a su vez ajeno a los retos que este relato nos plantea. Podríamos correr el riesgo de hacer una lectura precipitada de lo sucedido en este último mes y medio, y lo que ello diagnostica. Esa precipitación nos podría llevar a pensar que debemos alejarnos de los espacios institucionales para poder aparecer como referencia más cómoda para este movimiento y lo que en el futuro signifique. Creo que sería un error y una búsqueda superficial de respuestas simples a preguntas más complejas. Lo que debemos hacer, eso sí, es mucha pedagogía sobre la importancia de que el sindicalismo consolide un poder contractual ante las instituciones. En un momento particularmente delicado, pues es la propia efectividad de la acción de gobierno en sus costuras institucionales actuales asimétricas respecto al poder económico, lo que está en cuestión. Y es obvio que si la “gran gobernanza” está en el disparadero, lo estarán los elementos de participación social que adosada a ella hemos sido capaces de conquistar.

Pero más importante que pedagogía es repensar algunos elementos claves de la acción sindical para buscar un modelo más inclusivo en las cosas que hacemos. El sindicalismo ligado a un modelo de relación industrial preferentemente de tipo fordista se entendió ante todo como el modo colectivo de establecer norma laboral insertada en un contrato social más o menos desarrollado según países y contextos, pero bastante simple y explícito.

En la actualidad la norma se ha hecho heterogénea y el contrato social aparece cuestionado de forma cotidiana. La vivencia laboral y como sujeto social de mucha gente se da en un marco cuarteado, precarizado y fragmentado de forma múltiple.

Si por las circunstancias que sean (que serán variadas y de distinta naturaleza) el hecho sindical aparece vinculado únicamente a la defensa de intereses colectivos en empresas de una determinada dimensión, o en lo que Olaverri definió en un reciente artículo como “las inmediaciones del Estado, (el sector público, las contratas con la Administración, los ex monopolios como las finanzas, las eléctricas o la Telefonica)”, el sindicalismo tendrá un problema serio.

Obsérvese que digo si “aparece vinculado”. Los que ejercemos responsabilidades sindicales sabemos que la mayor parte de nuestros recursos están destinados precisamente a atender y tratar de representar a los otros colectivos, a la otra realidad de la economía terciarizada, externalizada, crecientemente mercantilizada.

Desde instancias de interés económico se intentará fortalecer el discurso de los insiders y los outsiders. De los ultra-protegidos (dirán) y los Infra-protegidos (diremos). Es una vieja dialéctica que pretende cuestionar la norma, el derecho, la dimensión económica de la representación sindical en una pugna por la igualación a la baja.

Obviamente no podemos compartir ese esquema. Pero tampoco podemos obviar que esa sensación se da y está extendida. El largo proceso de diálogo previo a la reforma de la negociación colectiva introdujo un debate sumamente interesante. El de sustituir las viejas inercias de la flexibilidad externa (adaptación a los ciclos de demanda a través del ajuste del volumen de trabajo con la conocida secuencia de contratación temporal-despido) por otra de flexibilidad interna pactada. Se trata de que ante los problemas se adopten medidas acordadas de adaptación intentando incluir al conjunto de los potenciales afectados, evitando despidos aún cuando haya que modificar el estándar de trabajo que se viniera desarrollando en la empresa.

Más allá de la referencia al modelo alemán, o a la amplia utilización de Expedientes de Regulación Suspensivo que por ejemplo en Euskadi hemos hecho, creo que el planteamiento sindical tiene una potencialidad enorme. Por el papel que debe otorgase al sindicato, que legitima el mismo y sobre todo, por pasar de la defensa a ultranza de la norma pautada como torre de marfil, a la relativización inclusiva y democrática de la misma. La aproximación sindical a los colectivos más expuestos varía sustancialmente en un modelo y en otro, bajo mi punto de vista.

La indignación está visiblemente en las plazas y en las calles, donde los zapatos de los sindicalistas entre otras y otros dejaron suela, mucha suela. Y la seguirán dejando. Pero la indignación está o estará en las empresas. Y ahí, sin luces, ni cámaras, sólo está el sindicato para decir "que si, que si, que si SE representan".


Artículo Olaverri (El País "Y salieron a la calle")

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