El 26 de febrero, el Vicepresidente de la Comisión Europea. Jyrki Katainen, ha estado en Bilbao para presentar el Plan Juncker. En un formato de encuentro con "la sociedad civil" ,la presencia del Lehendakari Urkullu y la presencia de un representante del Gobierno de España, se ha celebrado un acto que pretendía según su propia convocatoria, legitimar a la Comisión Europea ante la ciudadanía.
En todo caso, pongo aquí la intervención, que de haber habido tiempo y formato adecuado hubiera trasladado.
Es
una buena noticia que la Comisión Europea perciba la necesidad de ganar legitimidad
ante la ciudadanía europea. Porque la percepción de la sociedad sobre las instituciones
europeas es muy lejana.
Creemos que la legitimación de ese ambicioso
proyecto político que debe ser Europa, debe partir de reforzar una ciudadanía,
un demos europeo, que supere el
concepto de la multilateralidad de estados, y refuerce las competencias de las
instituciones comunes, especialmente de las que tienen un mayor potencial democrático,
como es el Parlamento, que debe ser el eje de bóveda del ejecutivo y
legislativo comunitario.
Desde esa perspectiva CCOO de Euskadi, en la línea
con lo expuesto con la CES, valora el cambio de discurso que lleva implícito el
Plan Juncker frente al discurso de la
austeridad a ultranza que hemos visto hasta ahora.
En efecto, son necesarias políticas de estímulo
económico, pero nos parece que el citado plan se sitúa más bien en el terreno de la declaración de intenciones, es
poco ambicioso, y recoge escasos y voluntaristas compromisos de inversión.
Nos parece que un compromiso de 21.000 millones de
euros es netamente insuficiente, y pensar que va a movilizar 315.000 millones
de manera inducida un ejercicio de optimismo exagerado.
En opinión de CCOO se necesita un plan más ambicioso en la línea del planteado por la CES. Plan de
inversiones del 2% del PIB de la Unión durante 10 años, que impulse políticas
de empleo industrial y la actividad productiva.
Europa necesita un empuje en su capacidad fiscal y
presupuestaria. Redistributiva en suma en la medida en que compartimos un
espacio monetario y económico, insuficientemente dotado de elementos de
redistribución y de estabilizadores automáticos.
Somos conscientes que estamos ante un enorme reto
geopolítico con dificultades evidentes. Entre ellas la de haber integrado zonas
y países con realidades económicas y productivas muy diversas y desequilibrios
previos. La financiación excesiva de las economías con aparatos productivos más
débiles y con balanzas deficitarias, ha dado paso a un enorme nivel de
sobreendeudamiento y una dialéctica deudores-acreedores. La presión de las
políticas de austeridad impulsa la desigualdad y la descohesión social. No hay
mayor disolvente social que esa polarización de renta y esa dialéctica
deudor/acreedor. No hay mayor obstáculo a crear ese demos europeo, que este escenario que puede poner en jaque la
propia unión.
Europa y especialmente los países con mayores
desequilibrios económicos y mayor nivel de endeudamiento, sufrimos los efectos
de unas políticas de devaluación interna que escasamente mejoran nuestros
ratios de competitividad y en cambio agudizan una profunda crisis de debilitamiento
de demanda solvente. Escasez relacionada con la sobrecapacidad instalada de
nuestro aparato productivo, que está detrás del dramático aumento del paro.
Por tanto la austeridad es una apuesta por el
alargamiento de la crisis. Se incrementan los índices de desigualdad y se
incrementa la pobreza.
Europa necesita aligerar la carga que supone el
servicio de la deuda, para lo que necesitamos que el BCE no sólo promueva la
expansión monetaria, sino que asuma un rol de prestamista de última instancia.
Necesitamos un plan de inversiones cierto,
ambicioso, con dotaciones presupuestarias reales, vinculado a la mejora en la
economía del conocimiento pero también al desarrollo de sectores industriales
capaces de generar valor añadido y empleo de calidad.
CCOO, el movimiento sindical europeo, consideramos
que la legitimidad democrática en Europa por la que apostamos, incluso con
entusiasmo, se constituye rescatando nuestras mejores tradiciones de cohesión
social. Y la desigualdad es el mayor disolvente social que conocemos. Aquel que
si no se ataja a tiempo puede llevar a sociedades como ahora la griega, y
después a otras, a elegir opciones eurofóbicas,
reaccionarias o disgregadoras del sueño de ciudadanía inclusiva que debe representar
la UE.
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