Dentro de las colaboraciones solicitadas para este blog, estaba pendiente la de Florent Marcellesi . Tras unas jornadas organizadas por la Cumbre Social Vasca, estuvimos hablando sobre la compleja dialéctica entre el mundo del trabajo, sindical, el productivismo, los límites y las transiciones ecológicas... En el ánimo de fomentar el debate y buscar aportaciones para síntesis necesarias entre esas complejidades, le solicité un graffiti colaborador para pintar el muro. Eso sí, sin aerosoles. El artículo, simultáneamente, aparece en Público. Gracias.
Florent
Marcellesi , es coautor de “Adiós al crecimiento.
Vivir bien en un mundo solidario y sostenible”.
Hace poco un compañero sindicalista me retaba, con cariño,
a explicar cómo se relacionan crisis económica y crisis ecológica. Recojo el
guante y aprovecho para transmitir un mensaje clave. Una salida duradera a la crisis
económica pasa necesariamente por luchar al mismo tiempo contra la crisis ecológica . Y será más factible tener éxito en esta
tarea si los sindicatos interiorizasen más esta realidad e hicieran de
la ecología un eje central de su teoría y práctica.
De
hecho, crisis económica, social y ecológica son tres facetas de una misma
crisis. Son interdependientes y se retroalimentan entre ellas. No es
sorprendente puesto que nuestro modelo de organización social y económica
depende de los recursos naturales disponibles y, a su vez, la salud de nuestros
ecosistemas (y por tanto de nuestro futuro) dependen de este modelo
socio-económico. Por un lado, la globalización y las economías llamadas
modernas están totalmente basadas en la energía y materias primas baratas,
abundantes y de buena calidad. Por ejemplo, el transporte o el sistema
agroalimentario dependen de
los combustibles fósiles en general y del petróleo en particular. Por otro
lado, los impactos sobre el medio ambiente del sistema económico son hoy
patentes. El cambio climático, de origen humano, es una amenaza para las
generaciones futuras y nuestra economía: en caso de seguir los escenarios de Business
as usual, los costes del cambio climático podrían ser superiores al 20% del
PIB europeo en los años venideros.
Para
ilustrar este análisis, tomemos el ejemplo de la crisis del 2008. Es evidente
que la falta de control y regulación de los mercados, la avaricia del 1% o la
desconexión entre finanzas y economía productiva, son elementos esenciales que
explican parte de la crisis. Pero no lo explican todo. Como hemos apuntado,
nuestra máquina socio-económica tiene un problema de drogadicción con el oro
negro.
Por desgracia para ella, desde 1999 los precios del petróleo no han
parado de aumentar principalmente por los efectos acumulados del techo del
petróleo (es decir escasez de oferta), la creciente demanda en constante
aumento (principalmente en los países emergentes como China o la India) y la
especulación (que se aprovecha de la tensión entre demanda y oferta). (véase gráfico 1)Gráfico 1: Precios internacionales del barril de petróleo Brent de mayo de 1987 a marzo de 2009. |
Lógicamente, cuando ya no tiene acceso a buen precio a su dosis diaria, la
máquina se pone gravemente enferma. Y más aún si de por sí no está en buen
estado de salud (al haber por ejemplo comido demasiados “activos tóxicos”).
En la actual crisis, tras un aumento continuo desde 1998,
el barril de petróleo superó por primera vez los 100 dólares a finales de 2007
y alcanzó su máximo en julio del 2008 con 147 dólares. Como se analizaba antes
de la crisis incluso desde la FED (el banco central estadounidense), ese
aumento récord de los precios del crudo fue una de las principales fuentes de
inflación. Además de suponer un alza de los precios de los alimentos con
consecuencias dramáticas para los países del Sur, la inflación supuso una
brutal pérdida de poder adquisitivo para las clases medias y bajas y un aumento
de las tasas de interés (y de las hipotecas). Al mismo tiempo, un mayor precio
del petróleo significó también un mayor precio de la energía y de la gasolina.
En un país como Estados Unidos donde el coche es imprescindible para ir a
trabajar y por tanto generar un salario que a su vez permita pagar la casa,
mucha gente —a quién se le había otorgado hipotecas basuras sin ningún tipo de
control— se vio económicamente ahogada entre la “pared hipoteca” y la “espada
gasolina”. Por tanto, el economista Jeremy Rifkin o el sindicalista Manuel Garí tienen razón en afirmar que la actual crisis económica tiene, como uno de sus
principales detonantes, el precio de la energía. Junto con otros factores
sistémicos (dominio de la economía financiera, connivencias entre mercados y
alta política, agencias de calificación de riesgos al
servicio de la banca, etc.), formó parte de un cóctel explosivo que desembocó
en la mayor recesión desde 1930.
Gráfico 2: Relación entre consumo de energía primaria (azul) y PIB (rojo) en España. Fuente: Ramos, J. Dependencia energética en España. |
Pero es que incluso si atendiésemos
a los factores sistémicos no ecológicos (que sí o sí tenemos que
erradicar), la máquina seguiría enferma porque, en el fondo, tiene un problema
de metabolismo. Vicenç Navarro afirma por ejemplo que “si los salarios fueran mas
altos, si la carga impositiva fuera más progresiva, si los recursos públicos
fueran más extensos y si el capital estuviera en manos más públicas (de tipo
cooperativo) en lugar de privadas con afán de lucro, tales crisis social y
ecológica (y económica y financiera) no existirían” (Público, 07-03-2013). Sin
embargo, eso no es suficiente. Incluso si redistribuyéramos de forma equitativa
las rentas entre capital y trabajo, y todos los medios de producción estuviesen
en manos de los trabajadores, la humanidad seguiría necesitando las 1'5
planetas que consume hoy en día (y no hace falta recordar que “no tenemos
planeta B”). Al fin y al cabo, nuestro sistema socio-económico heredado de la
revolución industrial es como un aparato digestivo a gran escala con problemas
de sobrepeso estructurales. Ingiere recursos naturales por encima de las
reservas de la nevera Tierra, los transforma en “bienes y servicios” que
(además de ser mal repartidos) no son buenos para la salud de sus glóbulos
rojos, y produce demasiados residuos no asimilables por su entorno.
Además
este cuerpo tiene una enfermedad añadida: no sabe parar de crecer. Y para
alimentar este crecimiento infinito, calculado por el crecimiento del Producto
Interno Bruto (PIB), necesita absorber muchas proteínas abundantes y baratas (la
energía) y quemarlas sin restricción hacia la atmósfera (el 75% de las
emisiones de CO2 desde la época preindustrial resultan de la quema de los
combustibles fósiles). Eso ocurre en las economías productivistas en general y
en España en particular donde, como demuestra
Jesús Ramos , “el crecimiento real de
la economía española ha ido de la mano de un crecimiento en la misma proporción
del consumo de energía”. (véase gráfico 2)
Dicho
de manera simplificada, el PIB es una función de la energía disponible. Cuando
no hay suficiente petróleo, que representa el 40% de la energía final en el
mundo, no hay “suficiente energía” y no hay “suficiente PIB”. Es lo que hemos
verificado desde 1973: no consumimos menos petróleo por culpa de la(s) crisis
sino que estamos en recesión (entre otros motivos) por tener menos petróleo. Y
la recesión se hace hoy aún más fuerte en los países con mayor dependencia
energética en Europa que, casualidad, son Grecia, Portugal, España e Irlanda...
Sin
embargo, sanar el enfermo es posible. Primero, se debe hacer un diagnóstico
correcto basado en entender que 1) cualquier economía es indisociable de la
realidad física que la sostiene 2) como demuestra Tim Jackson en su libro
Prosperidad sin crecimiento,
no es posible "desacoplar de forma convincente el PIB
del consumo de energía y de las emisiones de CO2. De hecho, por mucho
que disminuyan la intensidad energética y el CO2 emitido por unidad producida,
las mejoras tecnológicas se encuentran sistemáticamente anuladas por la
multiplicación del número de unidades vendidas y consumidas en términos
absolutos (es el llamado “efecto rebote”). Por tanto, el paciente necesita
urgentemente deshacerse de su “drogadicción al crecimiento” y adoptar un nuevo
estilo de vida saludable. Como
cualquier ser humano que una vez llegada su edad adulta sigue madurando sin
crecer de tamaño, debe reconocer que su bienestar
ya no depende del crecimiento del PIB. Debe también solucionar sus problemas de
sobrepeso desde una doble perspectiva de justicia social y ambiental: reducir
su huella ecológica hasta que sea compatible con la capacidad del
planeta a
la vez que redistribuye de forma democrática las riquezas económicas, sociales
y naturales."
En
este camino hacia la sociedad del vivir bien, los sindicatos (y los intelectuales
de izquierdas) son fundamentales. Tras su nacimiento al calor de la revolución
industrial, se pueden reinventar a la luz de los límites ecológicos del
Planeta. Pueden hacer suya esta nueva realidad social y ecológica, y llevarla a
los centros de trabajo. La transición ecológica de la economía puede convertirse pues en el eje de una
visión y lucha compartida entre los movimientos obrero y ecologista (y ¡muchos
más!). Ya que la crisis económica tiene raíces ambientales, solo habrá economía
próspera, paz y justicia social si remediamos también a la crisis ecológica.
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