domingo, 6 de octubre de 2013

La superioridad moral de la izquierda


Es que defender lo público es muy difícil”. Esta sentencia o algo similar expresó el otro día en un Topaketak, Imanol Zubero. Puede parecer una afirmación de Perogrullo en estos tiempos de recortes y mareas. Pero a mí me dejó pensativo.

Pensativo porque hace unos años, apenas antesdeayer, la defensa de lo público, la igualdad, la cohesión social, la dignidad para todos, la justicia, etc. parecían valores compartidos y hegemónicos en la sociedad.

¿Cuándo se jodió el antesdeayer? ¿Eran tan hegemónicos? Me vino a la cabeza una frase de Gallardón sobre la necesidad de “terminar con la superioridad moral de la izquierda” y una portada de ABC justo ayer parecía perforar en mi cabeza.

Porque en efecto, las distintas izquierdas que en el entorno son (somos) hemos pecado de cierta soberbia y cierta memez. Tal vez producto de la altivez moral justificada tras la salida del franquismo y el ejercicio de corresponsabilidad inmenso que hicieron los nuestros. Pensábamos que determinadas cosas, valores, legitimidades iban a reconocerse per se. Y para siempre. Y no.


Me puedo referir al papel sindical o de la política. Pero quizás sea más importante lo que iniciaba el artículo. La defensa de lo público en sentido amplio. No ya de la titularidad estrictamente pública de un bien o servicio, sino del interés común, del espacio común, de la tutela y garantía en el ejercicio de derechos, de la protección mutualizada y solidaria ante contingencias personales o colectivas.


Estamos aprendiendo dolorosamente que defender todo esto no es fácil. No era el estadio natural de una sociedad. Todo lo contrario. Es difícil. Lo natural, lo animal incluso, es el sálvese quien pueda, el darwinismo. Son ellos los que trabajan a favor de corriente y nosotras/os quienes tenemos que poner el empeño, la convicción y la inteligencia.

Los años del crecimiento desligando valor, riqueza y trabajo tuvieron un enorme efecto sobre la percepción del bien común y los bienes compartidos, públicos a fin de cuentas. El modelo económico tenía su relato cultural, sociológico y ético mal que nos pese. Y caló. Vaya si caló.

En la brutal resaca en forma de crisis existencial que padecemos el “no me rayes” autosuficiente de apenas ayer mismo, se encuentra desnortado. Desencantado y furioso. Indignado, sí. Y con débiles referentes. Por eso la situación es inflamable. De oportunidades y de riesgos.

Ellos tienen su modelo. Fondo de pensión privado. Seguro médico. Enseñanza segregadora con la forma societaria que tenga quien la imparta. Convenio de empresa, o de franja, o condiciones personales. Liganortismo. Mercantilización y segmentación ante riesgos y contingencias. Individualismo quizás combinado con fórmulas de identidad comunitaria, seguramente tan acogedoras como reaccionarias.

Son sus fórmulas pero han sido y son nuestras contradicciones. Porque también las hemos dado vuelo. A veces por la poca coherencia entre los planteamientos ideológicos y la práctica. Y otras, quizás las más, por una supuesta radicalidad que nos llevaba a defender el fuero más que el huevo.

Se podía dar una dimensión colectiva y progresista a muchas transformaciones que se estaban dando ya. En la enseñanza, en las pensiones, en la negociación colectiva, en los modelos territoriales… ¿Eran posibles las cooperativas, los planes complementarios, la articulación de ámbitos de convenios o los espacios territoriales federados? Lo eran sí. Y lo son. Pueden servir para desmoronar los sistemas públicos, o si somos inteligentes y nos organizamos, para ayudar a consolidarlos.

Se puede ser indulgente con aquel dogmático que parta de una convicción real, aunque quizás no muy realista. No con el dogmático cínico que aspira a dormir a pierna suelta enfundado en el “no nos moverán”, aunque sabe que su torre de marfil está agujereada como un termitero: agujereada por integristas con colegio; por quienes aspiran a quebrar el sistema de pensiones; o a hacer negocio con la atomización de los convenios (no sólo empresarios…); o a disfrazar sus atropellos en  populismos territoriales, sean centrífugos o centrípetos.

Necesitamos construir que siempre es más difícil. Relatos, valores pero también intereses compartidos. Sujetos colectivos que no pueden aspirar a ser homogéneos. Autocrítica, exploración de nuevas vías, puesta en valor de lo hecho, que fue mucho y bastante aceptable. Sabiendo que al autoridad moral no se reconoce. Se trabaja.





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