“Es que defender lo
público es muy difícil”. Esta sentencia o algo similar expresó el otro día
en un Topaketak, Imanol Zubero. Puede
parecer una afirmación de Perogrullo en estos tiempos de recortes y mareas.
Pero a mí me dejó pensativo.
Pensativo porque hace unos años, apenas antesdeayer, la defensa de lo público, la igualdad, la cohesión
social, la dignidad para todos, la justicia, etc. parecían valores compartidos
y hegemónicos en la sociedad.
¿Cuándo se jodió el antesdeayer?
¿Eran tan hegemónicos? Me vino a la cabeza una frase de Gallardón sobre la
necesidad de “terminar con la
superioridad moral de la izquierda” y una portada de ABC justo ayer parecía
perforar en mi cabeza.
Porque en efecto, las distintas izquierdas que en el entorno
son (somos) hemos pecado de cierta soberbia y cierta memez. Tal vez producto de
la altivez moral justificada tras la salida del franquismo y el ejercicio de
corresponsabilidad inmenso que hicieron los nuestros. Pensábamos que
determinadas cosas, valores, legitimidades iban a reconocerse per se. Y para siempre. Y no.
Me puedo referir al papel sindical o de la política. Pero
quizás sea más importante lo que iniciaba el artículo. La defensa de lo público
en sentido amplio. No ya de la titularidad estrictamente pública de un bien o
servicio, sino del interés común, del espacio común, de la tutela y garantía en
el ejercicio de derechos, de la protección mutualizada y solidaria ante
contingencias personales o colectivas.
Estamos aprendiendo dolorosamente que defender todo esto no
es fácil. No era el estadio natural de una sociedad. Todo lo contrario. Es
difícil. Lo natural, lo animal incluso, es el sálvese quien pueda, el darwinismo.
Son ellos los que trabajan a favor de corriente y nosotras/os quienes tenemos
que poner el empeño, la convicción y la inteligencia.
Los años del crecimiento desligando valor, riqueza y trabajo
tuvieron un enorme efecto sobre la percepción del bien común y los bienes
compartidos, públicos a fin de cuentas. El modelo económico tenía su relato
cultural, sociológico y ético mal que nos pese. Y caló. Vaya si caló.
En la brutal resaca en forma de crisis existencial que
padecemos el “no me rayes”
autosuficiente de apenas ayer mismo, se encuentra desnortado. Desencantado y
furioso. Indignado, sí. Y con débiles referentes. Por eso la situación es
inflamable. De oportunidades y de riesgos.
Ellos tienen su modelo. Fondo de pensión privado. Seguro
médico. Enseñanza segregadora con la forma societaria que tenga quien la imparta. Convenio de empresa, o de franja, o condiciones personales. Liganortismo. Mercantilización y
segmentación ante riesgos y contingencias. Individualismo quizás combinado con
fórmulas de identidad comunitaria, seguramente tan acogedoras como
reaccionarias.
Son sus fórmulas pero han sido y son nuestras
contradicciones. Porque también las hemos dado vuelo. A veces por la poca
coherencia entre los planteamientos ideológicos y la práctica. Y otras, quizás
las más, por una supuesta radicalidad que nos llevaba a defender el fuero más
que el huevo.
Se podía dar una dimensión colectiva y progresista a muchas
transformaciones que se estaban dando ya.
En la enseñanza, en las pensiones, en la negociación colectiva, en los modelos
territoriales… ¿Eran posibles las cooperativas, los planes complementarios, la articulación
de ámbitos de convenios o los espacios territoriales federados? Lo eran sí. Y
lo son. Pueden servir para desmoronar los sistemas públicos, o si somos
inteligentes y nos organizamos, para ayudar a consolidarlos.
Se puede ser indulgente con aquel dogmático que parta de una
convicción real, aunque quizás no muy realista. No con el dogmático cínico que
aspira a dormir a pierna suelta enfundado en el “no nos moverán”, aunque sabe que su torre de marfil está agujereada
como un termitero: agujereada por integristas con colegio; por quienes aspiran
a quebrar el sistema de pensiones; o a hacer negocio con la atomización de los
convenios (no sólo empresarios…); o a disfrazar sus atropellos en populismos territoriales, sean centrífugos o
centrípetos.
Necesitamos construir que siempre es más difícil. Relatos,
valores pero también intereses compartidos. Sujetos colectivos que no pueden
aspirar a ser homogéneos. Autocrítica, exploración de nuevas vías, puesta en
valor de lo hecho, que fue mucho y bastante aceptable. Sabiendo que al
autoridad moral no se reconoce. Se trabaja.
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