Artículo escrito para la Revista "Grand Place" de la Fundación Mario Onaindia
El pasado año 2012, la Fundación 1º de mayo de CCOO
concluyó un libro coral titulado “Un
sindicalismo para el futuro. Reflexiones sobre el trabajo y el cambio social”.
El libro es producto de varios meses de reflexiones y debates realizados en el
seno de la fundación por 35 personas. Sindicalistas, personas vinculadas con la
universidad, miembros de diversas fundaciones, etc., todas ellas con el nexo de
haberse acercado desde perspectivas variadas al hecho sindical, y por concretar
más, al sindicalismo confederal y de clase que representa CCOO.
El libro es ambicioso en cuanto a la temática que
abarca, no limitándose a una visión simple de la evolución, realidad presente o
visión futura del sindicalismo, sino que compendia con cierta profundidad los
cambios de paradigma que la economía, el mundo del trabajo y de la empresa, así
como la propia sociedad viene atravesando en los últimos tiempos. Desde esta
apertura de miras proyecta opciones de actuación futura en el plano de la
acción sindical y desde la acción organizativa del sindicato, como dos partes
necesarias para reforzar el sujeto colectivo de transformación que aspiramos a
seguir siendo.
Es precisamente por ser multifacético por lo que
considero que este libro puede ser útil para reflexionar sobre el propio futuro
de la izquierda, en su dimensión más política. El libro en sí no es para
construir izquierda, pero sin muchas de las visiones que se recogen en él, creo
difícil establecer un proyecto viable y con potencial para seguir desarrollando
ideas coherentes, por tanto relacionadas y entrelazadas entre sí, hasta el
punto de concebir un programa de acción. Y por supuesto, vincularlo a
un sistema de representación colectivo, con dimensión institucional y con
dimensión social, capaz de plasmar lo teorizado en ese programa de acción.
Me gustaría situar tres líneas de reflexión. Irían
desde argumentos que parten de análisis sobre el hecho sindical pero que me
parecen trasladables a algunos de los retos de la izquierda política. No se
trata de establecer paralelismos forzados sino de poner en relación elementos
de análisis, déficits y propuestas que recogidos en el libro pueden tener más
recorrido que la propia necesidad de resituar el sindicalismo en tiempos
distintos.
Las tres líneas de reflexión serían la necesidad de rehacer
el esquema de representación ante la dimensión europea y global que de
forma nítida se percibe en la crisis.
En segundo lugar vincular el plan de acción programático, que sitúe el reto de la igualdad
y la cohesión social, en el nuevo contexto, promovido desde el espacio público
donde el sindicalismo es una parte fundamental pero no única.
Por último alguna idea sobre la renovación del
vínculo entre ciudadanía, institucionalidad y espacio público, parece que
tarea necesaria e inaplazable y potencialmente creativa, pero no exenta de
riesgos desde una visión de izquierdas.
1- Rehacer el esquema de representación en un cambio de paradigma económico y por tanto
político y social, pudiera ser la primera parte de la reflexión necesaria en la
izquierda. El libro de referencia tiene una primera parte que aborda la
perspectiva histórica del sindicalismo de clase, así como la dimensión
supranacional de la acción sindical.
Tengo la impresión de que
esta parte del análisis de la realidad por parte de la izquierda se viene
haciendo desde la resistencia y con poco fervor intelectual. En cierto modo
desde una “zona de confort” que
reside en las certezas conocidas del marco del estado-nación, la empresa
integrada, la disputa electoral clásica y la legitimidad representativa
heredada de los esquemas electorales de las democracias de la segunda mitad del
siglo XX.
Por el contrario, salir de
esa zona de confort y adentrarse en las incertidumbres de la acción política en
terrenos supra-nacionales siguen vinculándose más a internacionalismo bienintencionado
que a la pura necesidad de construir desde ahí, espacios de gobierno
democrático, legitimidades representativas y un auténtico “demos” al menos europeo.
Existe una tendencia a buscar una solución fácil a
problemas complejos cuando se atraviesan crisis existenciales como la que en
buena parte atraviesa la izquierda. “Es
cuestión de cambio de caras”, “generacionales”, “un proyecto nítido”, “más
radicalidad”, “más moderación centrada”, “cuarto y mitad de todo”… Pero
quizás se repara menos en analizar si la construcción institucional y social es
una cuestión de forma, o en este caso, la forma es parte esencial del fondo.
Y en mi opinión es un tema de fondo. El poder
económico ha desplazado de forma nítida la capacidad de erigirse en contrapoder
de lo institucional democrático y de lo social. Entendiendo lo institucional en
sentido amplio, es decir referido a los mecanismos que ordenan, normalizan y
priorizan la relación entre individuos y grupos, de individuos entre sí, y de
estos con las normas que los regulan. Me refiero por tanto a Gobiernos o
parlamentos, pero también a negociación colectiva, usos, normas
medioambientales, garantías legales, etc.
El modelo de construcción europea es un ejemplo nítido
de ese desequilibrio, esa asimetría, entre los espacios económicos y políticos.
Realizado bajo la presión que supone la incorporación de partes crecientes del
mundo a los procesos productivos, comerciales y financieros.
Desde la hegemonía política y económica del centro
europeo se ha utilizado su posición de dominio para limitar el alcance de la
unión institucional europea, con una constitución fallida y con un sistema de
gobernanza débil. Estas dos variables combinadas (la interrelación económica
mundial y su interpretación política) han debilitado los sistemas
redistributivos en los países tanto en el plano salarial como en la
distribución social vía política fiscal y gasto/inversión pública. A cambio no
se ha concebido un ámbito supranacional de redistribución real que conllevara una
fiscalidad y una política presupuestaria marco
suficiente (apenas las transferencias de los fondos europeos).
Esta distribución regresiva de la riqueza hubiera
acarreado un problema para dotar de demanda solvente a la creciente capacidad
productiva instalada. A través del acceso al crédito y las transferencias
financieras desde los excedentes de ahorro y acumulación hasta las zonas
deficitarias, se “arregló” la
paradoja.
Preponderancia financiera por tanto, que sufre una
enorme contracción con la crisis del 2007. Crisis que no hace sino poner encima
de la mesa los desequilibrios estructurales agravados por esa distribución
regresiva de renta de los últimos lustros, maquillada por la inundación
crediticia.
Este sistema de crecimiento aparentemente ilimitado y
desligado de la redistribución real de riqueza, quiebra, por aparentemente
innecesarios, conceptos ideológicos básicos para la izquierda incluso más
reformista. Debilita la conciencia ciudadana como elemento central para la
exigencia de derechos y corresponsabilidad en las obligaciones cívicas. Genera
una (otra) hegemonía cultural acrítica, apolítica, en cierto modo hedonista.
En el colapso de ese esquema de crecimiento a partir
de 2008 la izquierda se encuentra inerme; sin peso real en un esquema
institucional europeo muy limitado democráticamente hablando; debilitados
subjetivamente los vínculos colectivos como clase trabajadora y como concepto
de ciudadanía. En definitiva, sin poder constituirse como un sujeto colectivo
auto-reconocible y global.
En el libro, como se ha indicado por su temática, se
sitúa la necesidad del sindicalismo como sujeto global, pero creo que no es muy
aventurado decir que la izquierda en general, requiere construir de forma mucho
más integrada sus organizaciones y
propuestas supra-nacionales.
Dentro de los actuales parámetros de política
económica en Europa, los Gobiernos de los estados tienen y van a tener un
escaso margen de actuación, salvo para aplicar políticas de consolidación
fiscal y austeridad.
Es más: el malestar social de estas medidas da pie a
una radicalización del discurso contra la austeridad, que podría llegar a
consolidar cambios y opciones de gobierno, pero que a renglón seguido van
a generar frustración por la distancia entre
la alegría de las promesas y la tozudez de la realidad.
Ocurrió en España en 2010, ha ocurrido en Francia
recientemente: la uniformidad de la acción de Gobierno en países con mayorías
sociales nominalmente de izquierdas. La tentación primera puede ser achacar todo
a la falta de arrojo o voluntad política. No se trata de diluir las
responsabilidades de Zapatero o de Hollande. Se trata de analizar con
honestidad si el problema es de falta de arrojo, de voluntad, o hay algo más
estructural. ¿Qué ocurrirá si Syriza gana en Grecia… y tampoco
puede? ¿Nos tiramos al mar? ¿O cuál es la siguiente opción? La dimensión
europea es condición sine qua non para armar una
alternativa ideológica a la hegemonía liberal.
2- En segundo lugar estaría el plan de acción que la izquierda debe tratar de hacer creíble y factible.
Quizás el gran reto sea construir un relato sobre la igualdad y recuperar el
valor cohesionador del espacio público, después de un cambio de contexto enorme,
económico y político.
En este terreno, el libro es un magnífico tratado
sobre cómo adaptar la acción sindical en el nuevo paradigma productivo y de modelo
de empresa, que precisamente tienden a generar desigualdad desde la descohesión
de los marcos para generar norma laboral. ¿Sirve el análisis
económico-productivo-sindical para extraer alguna utilidad en el
político-social? Veamos.
Estamos viviendo una segmentación, múltiples formas de
fragmentación en los mercados laborales. Algunas de esas fragmentaciones las
podríamos denominar objetivas, en el sentido de que forman parte de ese cambio
de modelo económico: las relacionadas con los nuevos métodos de gestión de
empresas, los procesos de externalización productiva, internacionalización de
procesos, etc.
Otras podrían denominarse subjetivas, al ser producto
de opciones ideológicas sobre cómo abordar el reto de la competitividad. El planteamiento
de devaluación salarial no se ha hecho de cualquier forma, sino tratando de
desvertebrar, romper la espina dorsal, en el modelo de generación colectiva de
derechos: la negociación colectiva.
Esto conlleva consecuencias que van mucho más allá de
la coyuntura de crisis, desagregando espacios de intervención sindical,
dificultando el auto-reconocimiento de intereses comunes de los trabajadores, fomentando
tendencias corporativas, etc. Hacer prevalentes los convenios de empresa y
debilitar el poder vinculante de los convenios colectivos, no es una decisión
improvisada, sino la plasmación legal de las exigencias de la troika a países
como Italia o España, como en su día se vio en la carta del BCE a Silvio
Berlusconi.
Este intento de desmembramiento de la acción sindical
trae aparejado un riesgo alto de deteriorar la función representativa del
sindicato. No olvidemos que paralelamente, se da un intento de arrinconar la
interlocución social de las organizaciones sindicales, en una pérdida de
calidad democrática para nosotros evidente.
El movimiento sindical tiene la opción de
encastillarse en la torre de marfil de lo
que un día fue, o bien apostar de forma más clara por una alternativa. Ante
el debilitamiento de la función y legitimidad reconocida socialmente a la
función representativa, refuerzo de la función organizativa desde la múltiple
realidad del centro de trabajo.
Sin embargo, reforzar esa legitimidad innegociable de
la afiliación en la empresa, no puede servir para que el sindicalismo
confederal y de clase caiga en una especie de corporativismo múltiple. No se es
sindicato de clase por ser sindicato general, sino por tejer redes, intereses
mutuos y construir pertenencias compartidas entre sujetos en posiciones objetivamente
distintas. Por eso defendemos un modelo sectorial de negociación colectiva y
por eso un sindicato de intervención sociopolítica.
Esta nueva centralidad de la afiliación debe conllevar
una relación de mayor corresponsabilidad del trabajador hacia el hecho
sindical, sus construcciones y sus herramientas. El sistema de eficacia general
de lo pactado que hemos defendido y seguiremos defendiendo, no ha sido un
sistema muy proafiliativo y en esta nueva situación, debemos forzar esa
corresponsabilidad.
Pues bien, esta
secuencia de segmentación, corporativización y deterioro de las funciones
representativas no parece exclusiva de la deriva neoliberal aplicada a las
relaciones económicas. En el terreno político junto a los límites a las
opciones políticas que atraviesan los países individualmente tomados ya comentados
en la primera parte del artículo, aparece uno de los riesgos implícitos
potencialmente más peligrosos de esta situación: las crisis existenciales en
los sistemas de representación.
Todas estas valoraciones centradas
en la relación laboral, pueden aportar ayudar a extraer consecuencias políticas
para la llamada “sociedad líquida”.
Esta reflexión sindical, creo que tiene una relación
también con los problemas de legitimidad del aparato institucional heredado de
la transición en España y de la salida de la II Guerra en Europa. El pacto
keynesiano primero, y el doping crediticio después generaron una especie de
bienestar crecientemente apolítico. O dicho de otro modo, un logro histórico como consensuar, incluso constitucionalmente, un
esquema de derechos exigibles por los ciudadanos a su poder público,
despolitizó a esos ciudadanos respecto a sus derechos.
En circunstancias normales en ningún país, nadie con
aspiraciones de Gobierno podía concurrir desde un proyecto político de
jibarización del modelo social, al menos de forma radical. La tensión entre
igualdad social y libertad económica tenía un cauce central que podíamos llamar
centro político y social, y matices que siendo importantes, no eran radicales
y que definían las diferencias entre las
opciones conservadoras/liberales y
las socialistas/progresistas.
Las opciones que planteaban cambios sistémicos en
general tenían un peso electoral moderado y una incidencia real en las
políticas sólo en función de las necesidades parlamentarias de otros en algunos
momentos. Si la opción era de izquierda se acentuaba la tendencia hacia
políticas igualitarias, normalmente con mayores dotaciones de recursos a los
sistemas de protección de contingencias vitales desde el poder público. Si no
era de izquierda se generaban nuevos nichos para la actuación del mercado.
Salvando las distancias y sin que se interprete mal, también
aquí como en el sindicalismo se produjo la paradoja
del gorrón, con un creciente desapego a la cosa pública porque a fin de
cuentas los frutos de la acción política son aplicados al conjunto de la
ciudadanía, sin aparentemente ninguna necesidad de “militar” cívicamente.
Esta ciudadanía escasamente motivada en lo político
durante muchos años, otorgó un grado de tolerancia representativa alta. Esto
cambia de forma incluso radical con la llegada de la crisis, el declive de las
clases medias y de forma cualitativamente importante con una ruptura entre
expectativas de vida creadas y percepción de la propia realidad, seguramente
con un sesgo generacional alto. Los
derechos no se heredan, dijo Nicolás Sartorius, y la frase es un corolario
brutal de lo que estamos viviendo.
3- Aquí aparecería la tercera reflexión. La necesidad que la izquierda de reconstruir el vínculo con la sociedad de
forma perentoria. La relación entre ciudadanía, espacio público e institución
ha cambiado abruptamente, y la anterior tolerancia representativa ha pasado
a ser una severa mirada sobre los representantes, cuando no una abierta
hostilidad hacia ellos: son todos iguales.
En la necesaria renovación
del vínculo entre ciudadanía, institucionalidad y espacio público aparece
un riesgo que puede ser casi una tentación para la izquierda: la opción del
repliegue. Las tendencias fragmentarias tanto en la construcción de sujetos
políticos como en la concreción del plan de acción político. Me refiero al repliegue
en general, sea corporativista, nacionalista, temático, o el que sea.
En mi opinión ese es un atajo de vuelo corto. La
opción fragmentaria genera afecciones más intensas, más rápidas y en un primer
momento quizás mejores resultados, pues las demandas sociales vinculadas al
repliegue suelen tener una dimensión suficientemente manejable como para
encontrar márgenes en la actuación política actual. Pero creo que si no se miden
bien, estas dinámicas tenderían a un sucedáneo de corporativización de
intereses y a debilitar la alternativa sistémica de la que hablaba antes.
La izquierda debe ser federalista. No es sólo o
principalmente en las cuestiones territoriales o nacionales. Federalista en el
sentido de que es clave relacionar los espacios de autonomía con los espacios
de delegación. Federalizar espacios de intervención política, legitimidades
complementarias antes que choque de legitimidades, construcción de una idea de
ciudadanía inclusiva, consciente, racional, corresponsable.
El discurso de la soberanía social debe ser el de la
posibilidad de optar por políticas alternativas ¿Pero pasa eso necesariamente
por un repliegue? ¿Por una segmentación de soberanías? ¿O por una agregación de
espacios de decisión interrelacionados? En el plano territorial, la soberanía de los italianos, los corsos,
los lisboetas o los vascos, sería hoy en día más efectiva si la distribución de
poder hubiera situado en el marco europeo más capacidades para hacer políticas
fiscales, presupuestarias, monetarias o regulatorias distintas y a otros
ritmos.
La correlación de fuerzas en ese poder central es
harina de otro costal, pero ahí ya entramos en dialécticas democráticas. Tampoco
conviene engañarse ni engañar. La soberanía es como la materia, se transforma.
Dotar de más al poder central democrático europeo supone perder parte de
nuestra soberanía nominal. Sí, de esa que está presa de la uniformidad
política, pero a la que en nuestro imaginario aun otorgamos más legitimidad que
a la real.
Pero insisto, no es meramente una cuestión
territorial, sino situar la dialéctica entre repliegue-agregación de intereses,
tomando partido por esta última, y vinculándolo al proyecto de igualdad
promovido desde el espacio público.
Los
debates sobre las soberanías clásicas se están haciendo más complejos ante otra
la irrupción de otra tensión sobre los espacios de decisión. La que se
establece entre la deliberación y una
especie de plebiscitarismo continúo.
Partimos de que hay mejorar
la relación entre espacio público, ciudadanía e institución. Hay que abrir
cauces novedosos a la participación social que quizás no sean estrictamente la
militancia clásica. Aunque sólo fuese por las nuevas fórmulas de comunicación,
de contacto en red o de avances tecnológicos, se ha abierto un mundo que va a
situar la relación entre el individuo y lo organizado en más variables que la militancia sí o militancia
no.
Hay que habilitar espacios de opinión, de influencia
incluso. Pero sin magnificar el instrumento. Porque no sólo es un problema de aparatos antipáticos y burocratizados, que seguramente también.
Es un problema de que el pasotismo de la belle
epoque ha dado paso a la desafección de la crisis. Las organizaciones, las
instituciones, tienen mucho que mejorar, pero los ciudadanos tenemos mucho
trecho que recorrer. Mucho civismo por construir.
Por eso la izquierda tiene que mejorar los cauces de
participación desde la corresponsabilidad. No debiera a aspirar a una especie
de plebiscitarismo continuo unido a un vínculo difuso entre organización e
individuo. De ahí podría salir otra tendencia fragmentaria.
Como decía con admirable sinceridad una candidata del
partido X en las elecciones europeas “hemos creado una metodología, no
una ideología… Un movimiento trasversal que se basa en el trabajo y no en la
discusión". En mi opinión estas frases no es que nieguen la ideología,
sino que niegan la propia política.
Hay un artículo digno de análisis de Daniel Innerarity al
respecto "Democracia sin política". Viene a reflexionar sobre la tendencia de concebir
el espacio público como un agregador continuo de preferencias, sin un espacio
deliberativo que las priorice, las ordene, en el sentido de darlas coherencia.
Una cosa es que ese espacio deliberativo (institución, organización…) deba
mejorar en sus fórmulas participativas (cosa que parece evidente) y otra que se
pueda prescindir de él para generar mejor democracia.
Por tanto si en algo puedo
ayudar a establecer una reflexión sobre la construcción de la izquierda a la
luz de las reflexiones del libro citado, irían en estas líneas.
Necesidad de dotarnos de una institucionalidad amplía
y democrática en el espacio europeo que permita abrir márgenes
de políticas económicas y sociales ante nuevos retos que la crisis ha destapado
como una bofetada.
Construir un relato factible y alternativo en las
políticas redistributivas y de igualdad desde ese marco de
actuación en un modelo federal de interrelación de ámbitos competenciales. Una
especie de idea fuerza sobre renovar un contrato social.
Establecer nuevos cauces de participación y
corresponsabilidad social desde una renovación del concepto de ciudadanía
inclusiva, de profundización democrática, pero desde la necesidad
deliberativa y no estrictamente plebiscitaria, que aunque puede parecer que
lleva a una radicalidad democrática, puede deparar un sistema de egoísmos
plurales adyacentes. Lo contrario de cómo yo interpreto la izquierda.
1 comentario:
Tengamos en cuenta también, el recorte de derechos laborales, que en tiempos de crisis, se ven abocados a tener que aceptar muchos trabajadores/as para acceder al mercado laboral. No sólo engloba el recorte salarial (o salarios asfixiantes) y/o el descenso de la renta familiar que ello acarrea, sino también diversos temores que subyacen al interiorizarlos.
Crecen los riesgos y accidentes laborales, jornadas abusivas, se favorece el desgaste como persona, ya que es “cosificada” como mera fuente o fuerza laboral y además se le añade la incertidumbre de ser despedido en cualquier momento o circunstancia, incluso arbitrariamente y con unos derechos devaluados; por lo tanto el “trabajador/a precarizado”, se ve excluido del engranaje social de la producción y el consumo…
Es esta una “sociedad de consumo”, nos guste o nó, donde parece ser que para subsistir o “consumir” si no tienes medios o recursos, has de aceptar las actuales reformas laborales y tragar; (mientras, quienes acaparan los medios de producción y financiación consumen y viven y no solo ideologicamente a años luz del parado o trabajador en precario), para muchos sectores de la izquierda, puede interpretarse como un simple estado de “conformismo”, (en tal caso se puede caer en el “purismo” ideológico) pero no se debe olvidar que en muchos círculos mas íntimos y sociales en los que estos trabajadores/as se mueven y conviven, es una mera cuestión de supervivencia y como tal, aceptan a regañadientes o con "esperada sorpresa, la decisión de aceptar" ante la actual coyuntura económica.
Como decía un viejo sindicalista: -Si “ellos” cambian la diana para intentar que no acertemos, a lo mejor es hora de que nosotros cambiemos también el tipo de munición-.
Por ello, creo que el sindicalismo en tiempos de crisis debe combinar más que nunca, respuestas no sólo a pie de fábrica o lugar de trabajo, sino también a pie de calle, codo con codo ante los problemas sociales, desahucios, de sanidad y educación; privatización de recursos, defensa del estado de bienestar y los recortes de derechos civiles que nos invaden. La presencia sindical y participación en estos ámbitos, es más necesaria que nunca y participar y expresarse ante la sociedad como un sindicato en movimiento, solidario y participativo en lo político y social....
Aurrerá…!!!
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