El 7 de octubre se celebra la jornada mundial por el trabajo
decente.
Es conocida la pérdida de peso de las rentas del trabajo sobre la renta nacional en
las economías del mundo desarrollado durante las décadas
que van de los años 60-70 del siglo
XX hasta la actualidad. En la UE-15 el porcentaje de remuneración de los asalariados sobre PIB pasó del 61,5% del año 1975 al 56,8% del 2.011. En EEUU la
evolución es similar
pasando del 66% de 1970 al 59% de 2011.
También sabemos de la creciente incorporación
a los circuitos de producción y comercio de bienes y servicios de zonas inmensas del mundo,
con estándares laborales inexistentes o de escasa calidad, y que ejercen
una presión a la baja sobre
las condiciones laborales
En Europa vivimos las consecuencias de una integración económica en una zona monetaria sin una correspondiente integración política que pudiera rehacer democráticamente
el contrato social que caracterizó el periodo de
postguerra.
Todo ha incidido de forma notable en fortalecer el rol que se
pretende otorgar al trabajo: un input productivo más.
Exiliarlo de la patria de las construcciones sociales y políticas, hasta el polvo del país
vecino de la relación mercantil.
Despojarlo de su regulación
y normativización colectiva hasta la fragmentación
individualista.
Cambiar la centralidad del trabajo en la generación de valor social y económico
(en su doble faceta de elemento de producción
y a la vez factor clave en la agregación
de demanda) por la centralidad de la financiarización económica
como dopaje alternativo.
La jornada mundial por el trabajo decente es un buen momento para
sacar fotos panorámicas. La foto en sepia de los telares que siguen produciendo en
condiciones de semi-esclavitud para marcas senyeras
de nuestros textiles cotidianos. Cadenas de valor que son mucho más cadenas que valerosas.
Pero también la evolución salarial en las grandes manufacturas mundiales como China, donde
pese a la dificultad de obtener datos y las diferencias por sectores o regiones
se aprecia un notable incremento salarial, y un sesgo generacional en las
demandas de mejoras laborales.
La foto panorámica de Europa, instalada
en una encrucijada tras el colapso de su colesterol financiarista, su digestión
inacabada de endeudamiento y su crisis de demanda solvente. Busca como
reponer la circulación que dé
salida a la sobrecapacidad instalada que está detrás de las tasas de desempleo y continuas amenazas de recesión o deflación.
Necesitamos componer una foto o un retrato colectivo que situé el trabajo y la distribución primaria de riqueza a través
de la asignación salarial y fiscal/presupuestaria. Tarea improbable sin
reconstruir un marco democrático y un contrato social. Debiera ser el núcleo de cualquier programa político
y social progresista.
La otra foto, en blanco y negro, es el de la devaluación competitiva hoy hegemónico y amenazante
con romper los consensos de sociedades que hicieron de un determinado grado de
cohesión social, casi un hecho constituyente.
Por eso el trabajo decente es el esqueleto del derecho de ciudadanía. Como tal la sostiene y hace que el cuerpo sea algo armonioso o
una masa informe de músculos y vísceras, fragmentado y disuelto. Y de estas cosas, dichas de otros
modos, debiera hablarse hoy, 7 de octubre, jornada mundial del trabajo decente...
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