miércoles, 29 de agosto de 2007
Estudios polisémicos
El Instituto de Estudios Económicos asegura que España es el estado de la Unión Europea con mayor rigidez laboral y, ni más ni menos, el país con mayor dificultad para despedir.
Se llama polisemia a la capacidad que tiene una sola palabra para expresar muy distintos significados, y, desde luego, el estudio este tiene que ser un auténtico tratado de polisemia aplicada, porque si de verdad pretende decir lo que parece que quiere decir (es decir, lo que siempre dicen este tipo de estudios), la cosa tiene cuando menos su miga.
Se afirma que el índice de dificultad de despido, en una escala de 0 a 100, es de 60 mientras en la Unión ese índice es de 34. Supongo que el informe, no informa de que la tasa de temporalidad en España triplica la media de los quince, y que la dificultad para despedir en esos casos consiste en decir al rígido operario que hasta aquí hemos llegado, y buenos días.
Es cierto que los trabajadores con contrato indefinido están en otra realidad. El despido en estos casos es harto complejo, y el empresario, además del “hasta aquí hemos llegado”, debe atinar con el buenos días, buenas tardes o buenas noches. Y no hablemos de los correturnos.
En cuestión de rigideces, el índice ibérico se sitúa en un 69 sobre 100; ni más ni menos que 69. Esto debe ser como lo de los “derechos humanos” o “humanos derechos”, en versión de erótica polisemia, porque tamaña rigidez, sólo se entiende en referencia al ordeno y mando tan al uso en ese reducto impermeable a la participación democrática que siguen siendo tantas y tantas empresas.
Falta de productividad, de flexibilidad, de dinamismo… en el país de la rotación (más de 3 contratos y medio por puesto de trabajo temporal), de la subcontratación en cadena, de la economía sumergida…
¿Se imaginan si las cantidades ingentes de capital que se destina a la inversión y a la especulación inmobiliaria, se dirigiera a invertir en innovación, desarrollo, tecnología, formación y estabilidad en el empleo? Pero claro, eso sería una rigidez intolerable en el noble propósito del capital de crecer y multiplicarse.
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