Los impuestos tienen una virtud que raya en la magia blanca. Consiguen que la mayoría de nuestros políticos hagan muchas mas nueces que ruido. Es decir, al contrario que habitualmente, cuando toca regularlos, toman medidas de mucho calado para la sociedad y se les oye muy poco.
En general nuestros gobernantes parten de premisas muy parecidas. Se viene a decir que la menor presión fiscal supone aligerar los costes de las empresas o de los consumidores, lo que revertirá en la inversión, el ahorro y/o el consumo, y esto a su vez tendrá un efecto positivo en la economía produciéndose un círculo virtuoso en el que todos ganamos.
Es decir, que si se recaudan 3 euros menos, serán 3 euros más para consumir, invertir o ahorrar.
Esta lógica aparentemente aplastante tiene serias pegas. La primera es que la reducción de impuestos se suele dar en los llamados directos, o sea los que se pagan en función de la renta (más el que más tiene) y no en los indirectos, o sea los que pagan igual el pudiente y el no pudiente, léase el IVA de una barra de pan. Conclusión, la supuesta rebaja de impuestos suele beneficiar bastante más al que mas tiene.
Como la recaudación se supone que debe revertir en la mejora de las inversiones públicas (infraestructuras, servicios sociales etc.) dejar de recaudar también tiene más incidencia en los que usan y necesitan estos bienes sociales. O sea, rentas altas 2, rentas bajas 0.
Con las empresas pasa algo similar, reducir el impuesto de sociedades en 3 puntos, implica que una empresa pagará por sus beneficios a la Hacienda Pública 3 puntos porcentuales menos. Que ese “ahorro” vaya a mejorar en competitividad, vía reducción de precios, a reinversión, a pagos a accionistas o a incrementos salariales, es harina de distintos costales.
Que le voy a hacer yo. A uno le fastidia que tantos y tantos políticos sean tan liberales y discretos en esto de las cuentas y los impuestos, y tan intervencionistas y ruidosos en esto de los cuentos, los credos y las identidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario