Pocas horas después del brutal viernes de París, un
compañero me envió un mensaje con un video y una pequeña cita: “La mejor escena de Casablanca”. El fragmento, obviamente, era aquel en el que
los oficiales nazis martillean una canción alemana en el bar Rick´s,
y Victor Laszlo, refugiado y líder checo de la resistencia, se dirige a la
orquesta para exigirles: “Toquen la Marsellesa”. El asentimiento
de Rick Blane (Humphrey Bogart) da
lugar a una de las grandes escenas épicas del cine, con todo el paisanaje
incorporándose “in crescendo” a un
canto de libertad (lo que literalmente es un himno hiper-bélico dicho sea de
paso), que termina por apagar la voz de los bárbaros nazis.
El pasaje simboliza como pocos la confrontación simple del
bien contra el mal, y más allá de la
voluntad propagandística del momento, ha quedado inmortalizado como un icono de
la rebelión cívica colectiva desde el impulso del heroísmo personal tan
americano, pero también de un mundo binario, de interpretación nítida, de
contornos definibles, de himnos catalizadores.
El sábado escuchaba música de forma aleatoria mientras leía
la información que llegaba de París. Sonó “Lucha
de gigantes” de Antonio Vega. Es la antítesis. La canción refleja una
percepción personal, de miedos, inseguridades desconocidas, monstruos de papel
y fantasmas terribles que aparecen de un extraño lugar, y dejan al genio de
Madrid “sin saber contra quien voy”.
Es un anti-himno. Es una experiencia introspectiva desde el
asombro y desde la incertidumbre. Y se parece mucho más a lo que le pasa a una
Europa incapaz de dotarse de un relato comprensible y efectivo ante barbaries
como la del Bataclan, Atocha o las
que lleguen.
La ausencia de relatos alimenta fantasmas terribles como los
de Antonio Vega, que cuando son capaces de encontrar guías de catalización como
los del bar de Rick´s terminan
creando monstruos, pero no de papel, sino de metal, laminando libertades,
cosificando enemigos.
Estamos educados en contradicciones y pugnas binarias, y nos
desubica que el suicida/asesino de turno no sea un cuerpo extraño, sino un “enfant de la patrie” des-integrado; que allí
donde germinan los fundamentalismos, “nuestros” agentes/clientes (porque se
oponen a Irán y Siria), sean a su vez financiadores (digamos supuestos) de las
ramas radicales del terrorismo; que ISIS trafique petróleo para financiarse a
través de la vigilancia relajada turca; que guardemos minutos de silencio en
campos de fútbol enfundados en camisetas con patrocinios qataríes…
Tras la solidaridad incondicional con la ciudadanía
parisina, tocaría homenajear a la ilustración y a la razón haciéndose
preguntas, buscando respuestas honestas y compromisos acordes ¿Quiénes son? ¿Cómo
se organizan? ¿Quién les financia? Y sobre ese relato complejo, actuar de forma
compleja.
La Casablanca de Curtiz tiene un componente mucho más potente que la épica que acaba moviendo a la
ética, a la que se refería mi compañero en la escena de “La Marsellesa”. Es el cinismo brillante y lúcido que tiene uno de
sus puntos álgidos cuando el capitán Renault tras recoger su mordida de cada
noche, clausura el bar de Rick mientras afirma: “Qué escándalo. He descubierto
que en este local se juega”
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