martes, 13 de agosto de 2013

El peligroso silogismo alemán a través de 3 artículos



En un reportaje que aparece en un blog del diario Público, bajo el título “Alemania, el milagro precario” se reproducen algunas de las ideas fuerzas que explicarían la situación relativamente buena de Alemania en esta crisis.

Con un tono crítico, informa de aspectos relevantes. En torno al 20-25% de personas trabajadoras en Alemania (7 millones) tienen salarios bajos a través de los conocidos mini-jobs; describe el tipo de contratación y su origen (reformas de Schröeder para mejorar tasas de paro y aflorar economía sumergida tras la crisis de la reunificación); explica que eran fórmulas de entrada al trabajo, no destinados a perdurar; también como esta pretendida transitoriedad no ha evolucionado así en algunos colectivos (mujeres -70/80%- pensionistas con pocos recursos) produciéndose una dualización del mercado de trabajo; nos explica que estos contratos se concentran en sectores de baja cualificación… y algunos datos más.


Sin embargo incluso desde una visión crítica la lógica que subyace detrás de esta descripción la sintetiza el profesor Morón en un entrecomillado “El milagro alemán tiene que ver con el control de los salarios. Se pagan sueldos bajos y el país incrementa su productividad, pero eso hace que el resto de países tengan que recortar los salarios para poder ser competitivos”. Entendiendo (o a eso induce el artículo) que ese control de los salarios se materializa en los mini-jobs y la segmentación del mercado laboral.

Teniendo en cuenta que el paro en Alemania está apenas en un 6% mientras en España o Grecia superan el 25%, y ante estas premisas, a nadie se le escapa la conclusión a la que llegaran muchos: sólo con una bajada salarial relevante se puede hacer frente a la crisis.

Esta visión amenaza con convertirse en hegemónica. Todavía colean las declaraciones de O. Rehn abogando por una reducción salarial del 10%.
 
Sin embargo hay visiones que complementan este relato simple y más bien erróneo de la situación de Alemania, del sur de Europa o del conjunto de la zona euro.

El profesor Holm-Detlev Köhler (Universidad de Oviedo, con quien tuve el gusto de compartir una entrevista sobre el sindicalismo en Euskadi) hace un relato que dista mucho de situar las reformas de Schröeder, y la precarización del mercado laboral alemán como la clave de bóveda de su buena situación económica comparativamente hablando. (El mito de las reformas en Alemania. El País- 4 enero 2013)

Refiere aquellas reformas, sí. De hecho las enumera: entre ellas los mini-empleos y la reestructuración del sistema de desempleo. Y concreta algunas de sus consecuencias que coinciden con las señaladas en el artículo anterior: 20% de asalariados podemos considerar como trabajadoras pobres, dualización del mercado, dificultades de algunos colectivos en insertarse en relaciones laborales regulares… lo sabido, vamos.

Pero dice más.

Habla de más de 50 decretos correctores de aquellas medidas, de dos sentencias del Tribunal Constitucional en su contra, abandono de algunas por disfuncionales. Y concluye que las famosas medidas no han sido sino una inmensa chapuza cuyos efectos califica de nefastos.

¿Niega entonces la evidencia de que Alemania está mucho mejor que otros, con tasas de paro, de comercio exterior o de productividad lejanas de los países con más problemas? Pues no. Pero las razones son otras.

Entre otras que Alemania tiene  una economía con una fuerte base industrial, donde el desarrollo de los servicios se enlaza a ese núcleo productivo. Tiene un mercado altamente regulado, con empresas de intensidad tecnológica media, que no ha acometido un radical proceso de deslocalización de los sectores intensivos en mano de obra, y… ¡ay practicantes de la religión post-moderna!... mucha intervención pública y sindicatos influyentes.

De hecho las políticas de sustitución de flexibilidad externa (despidos) por interna (adaptación de jornada y el famoso contrato alemán) que calcula salvaron 3 millones de puestos de trabajo, fueron iniciativas sindicales. A través de la negociación colectiva. ¡Qué cosas, verdad Ministra!

Simplifica diciendo que en los momentos expansivos un empresario alemán invierte en nuevos equipamientos y tecnologías, mejora la productividad y la competitividad y en tiempos recesivos pacta con los sindicatos combinaciones de reducción de jornada y formación continua, para retener mano de obra cualificada.

Poco que ver con la contratación masiva, precaria, desechable de estos lares. Ni con la ingeniería de apalancamiento  y empresas y sectores volátiles de tomar el dinero y correr, tan fomentadas y celebradas en la época del milagro español.

La conclusión que plantea es meridianamente clara. “El milagro alemán es consecuencia de las fortalezas tradicionales de la industria y de las relaciones laborales y no tiene nada que ver con las supuestas reformas de principio del siglo.”

Algo de razón parece llevar teniendo en cuenta que los sectores más precarizados en Alemania (servicios que generan menos valor añadido) no son los que sostienen su fortaleza exportadora, precisamente.

Por último también me ha venido a la cabeza la entrevista a Steffen Lehndorff, (Desconfiad del modelo alemán) que completa con más perspectivas la cuestión, para no caer en una de buenos y malos, torpes y listos.

Comienza haciendo referencia a las premisas del peligroso silogismo que inspira esta entrada: Alemania saldrá de la crisis más fuerte porque hizo los deberes con las reformas de Schröeder (por supuesto dolorosas a la par que necesarias): reducción del estado de bienestar, aumento de la flexibilidad laboral y estancamiento salarial.

Pero también dice más.

Dice que Alemania ha llevado a cabo una política unilateral basada, en efecto, en estancar los salarios reales y dualizar el mercado de trabajo. Pero lejos de ser una virtud, esto ha generado buena parte del problema. Se mejoró la capacidad exportadora alemana y sus balanzas comerciales respecto al resto de la zona euro. A la vez se limitaba la posibilidad de otros países de exportar a Alemania.

Como el superávit de unos es el déficit de otros, este desequilibrio se dopó con un endeudamiento creciente de otras economías respecto a la alemana. Economías además con modelos insostenibles como el español, el griego o el irlandés. Pues si, el Deutsche Bank sabía que no financiaba en el Levante para invertir en nanotecnología, precisamente…

Hace una interesante apreciación. Como se decía en el anterior artículo, Alemania basa su potencial en industria con un buen valor añadido y en el “saber-hacer” de un buen sistema de formación para el empleo. Si además a este  potencial se añade el estancamiento salarial o incluso de bajada de salarios (por otra parte, comparativamente altos, no confundir con los mini-jobs) el problema para los socios europeos es difícilmente resoluble. Interpreto yo que quiere decir que por descompensar unilateralemente las balanzas al mejorar su capacidad exportadora y a la vez ralentizar la importadora. Y claro, todo ello con la tenaza del sobreendeudamiento y el austericidio impuesto para garantizar la prioridad del pago de la deuda.

Y concluye con una referencia política al valor de la Unión Europea si va más allá de una unión monetaria mal concebida, se dota de mecanismos de transferencia y de instituciones fiscales comunes. Y profundiza democráticamente, claro, porque el relato que describe se parece mucho a una especie neo-colonialismo continental y poco al proceso histórico que se supone tenía que ser la Unión Europea.

En resumen, que con este collage apropiado para amenizar una tarde agosteña, debieran descartarse visiones simples sobre la situación, y por tanto recetas unívocas.

Este es un problema político, de concepción política de un espacio económico. Es un problema de poder y de intereses, obviamente.

La base productiva de nuestra economía es débil. Si hubiera que elegir sólo una clave, sería esa. En Euskadi menos y por eso las consecuencias y secuencias de la crisis están siendo distintas.

Lo que plantean las reformas impulsadas por el Gobierno no es un modelo a la alemana. Todo lo contrario. Es un reflejo casi genético-ideológico para debilitar el movimiento sindical y la organización colectiva del trabajo en una visión clasista de quien manda en su casa; fragmentar la negociación colectiva pensando que es la culpable de la fragmentación del mercado de trabajo.


Y desde luego la receta simple y tramposa que nos quieren vender como hechicera del modelo alemán, no debe colar. No hay atajos. Sí  muchos intereses de por medio que, como siempre, miran y mirarán al corto plazo, a la cuenta de resultados de ya.

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