En un reportaje que aparece en un
blog del diario Público, bajo el título “Alemania, el milagro precario” se
reproducen algunas de las ideas fuerzas que explicarían la situación
relativamente buena de Alemania en esta crisis.
Con un tono crítico, informa de
aspectos relevantes. En torno al 20-25% de personas trabajadoras en Alemania (7
millones) tienen salarios bajos a través de los conocidos mini-jobs; describe el tipo de contratación y su origen (reformas
de Schröeder para mejorar tasas de paro y aflorar economía sumergida tras la
crisis de la reunificación); explica que eran fórmulas de entrada al trabajo,
no destinados a perdurar; también como esta pretendida transitoriedad no ha evolucionado así en algunos
colectivos (mujeres -70/80%- pensionistas con pocos recursos) produciéndose una
dualización del mercado de trabajo; nos explica que estos contratos se
concentran en sectores de baja cualificación… y algunos datos más.
Sin embargo incluso desde una
visión crítica la lógica que subyace detrás de esta descripción la sintetiza el
profesor Morón en un entrecomillado “El
milagro alemán tiene que ver con el control de los salarios. Se pagan sueldos
bajos y el país incrementa su productividad, pero eso hace que el resto de
países tengan que recortar los salarios para poder ser competitivos”.
Entendiendo (o a eso induce el artículo) que ese control de los salarios se
materializa en los mini-jobs y la segmentación
del mercado laboral.
Teniendo en cuenta que el paro en
Alemania está apenas en un 6% mientras en España o Grecia superan el 25%, y
ante estas premisas, a nadie se le escapa la conclusión a la que llegaran
muchos: sólo con una bajada salarial relevante se puede hacer frente a la
crisis.
Esta visión amenaza con
convertirse en hegemónica. Todavía colean las declaraciones de O. Rehn abogando
por una reducción salarial del 10%.
Sin embargo hay visiones que
complementan este relato simple y más bien erróneo de la situación de Alemania,
del sur de Europa o del conjunto de la zona euro.
El profesor Holm-Detlev Köhler
(Universidad de Oviedo, con quien tuve el gusto de compartir una entrevista
sobre el sindicalismo en Euskadi) hace un relato que dista mucho de situar las
reformas de Schröeder, y la precarización del mercado laboral alemán como la
clave de bóveda de su buena situación económica comparativamente hablando. (El mito de las reformas en Alemania. El País- 4 enero 2013)
Refiere aquellas reformas, sí. De
hecho las enumera: entre ellas los mini-empleos y la reestructuración del
sistema de desempleo. Y concreta algunas de sus consecuencias que coinciden con
las señaladas en el artículo anterior: 20% de asalariados podemos considerar
como trabajadoras pobres, dualización del mercado, dificultades de algunos
colectivos en insertarse en relaciones laborales regulares… lo sabido, vamos.
Pero dice más.
Habla de más de 50 decretos
correctores de aquellas medidas, de dos sentencias del Tribunal Constitucional
en su contra, abandono de algunas por disfuncionales. Y concluye que las
famosas medidas no han sido sino una inmensa chapuza cuyos efectos califica de
nefastos.
¿Niega entonces la evidencia de
que Alemania está mucho mejor que otros, con tasas de paro, de comercio
exterior o de productividad lejanas de los países con más problemas? Pues no. Pero
las razones son otras.
Entre otras que Alemania
tiene una economía con una fuerte base
industrial, donde el desarrollo de los servicios se enlaza a ese núcleo
productivo. Tiene un mercado altamente regulado, con empresas de intensidad
tecnológica media, que no ha acometido un radical proceso de deslocalización de
los sectores intensivos en mano de obra, y… ¡ay
practicantes de la religión post-moderna!... mucha intervención pública y sindicatos influyentes.
De hecho las políticas de
sustitución de flexibilidad externa (despidos) por interna (adaptación de
jornada y el famoso contrato alemán) que calcula salvaron 3 millones de puestos
de trabajo, fueron iniciativas sindicales. A través de la negociación
colectiva. ¡Qué cosas, verdad Ministra!
Simplifica diciendo que en los
momentos expansivos un empresario alemán invierte en nuevos equipamientos y tecnologías,
mejora la productividad y la competitividad y en tiempos recesivos pacta con
los sindicatos combinaciones de reducción de jornada y formación continua, para
retener mano de obra cualificada.
Poco que ver con la contratación
masiva, precaria, desechable de estos lares. Ni con la ingeniería de
apalancamiento y empresas y sectores
volátiles de tomar el dinero y correr, tan fomentadas y celebradas en la época
del milagro español.
La conclusión que plantea es
meridianamente clara. “El milagro alemán
es consecuencia de las fortalezas tradicionales de la industria y de las relaciones
laborales y no tiene nada que ver con las supuestas reformas de principio del
siglo.”
Algo de razón parece llevar
teniendo en cuenta que los sectores más precarizados en Alemania (servicios que
generan menos valor añadido) no son los que sostienen su fortaleza exportadora,
precisamente.
Por último también me ha venido a
la cabeza la entrevista a Steffen Lehndorff, (Desconfiad del modelo alemán) que completa con más perspectivas
la cuestión, para no caer en una de buenos y malos, torpes y listos.
Comienza haciendo referencia a
las premisas del peligroso silogismo que inspira esta entrada: Alemania saldrá
de la crisis más fuerte porque hizo los deberes con las reformas de Schröeder (por
supuesto dolorosas a la par que necesarias):
reducción del estado de bienestar, aumento de la flexibilidad laboral y
estancamiento salarial.
Pero también dice más.
Dice que Alemania ha llevado a
cabo una política unilateral basada, en efecto, en estancar los salarios reales
y dualizar el mercado de trabajo. Pero lejos de ser una virtud, esto ha generado
buena parte del problema. Se mejoró la capacidad exportadora alemana y sus
balanzas comerciales respecto al resto de la zona euro. A la vez se limitaba la
posibilidad de otros países de exportar a Alemania.
Como el superávit de unos es el
déficit de otros, este desequilibrio se dopó con un endeudamiento creciente de
otras economías respecto a la alemana. Economías además con modelos
insostenibles como el español, el griego o el irlandés. Pues si, el Deutsche
Bank sabía que no financiaba en el Levante para invertir en nanotecnología, precisamente…
Hace una interesante apreciación.
Como se decía en el anterior artículo, Alemania basa su potencial en industria con un
buen valor añadido y en el “saber-hacer” de un buen sistema de formación para
el empleo. Si además a este potencial se
añade el estancamiento salarial o incluso de bajada de salarios (por otra
parte, comparativamente altos, no confundir con los mini-jobs) el problema para los socios europeos es difícilmente
resoluble. Interpreto yo que quiere decir que por descompensar unilateralemente las balanzas al mejorar su capacidad
exportadora y a la vez ralentizar la importadora. Y claro, todo ello con la tenaza del
sobreendeudamiento y el austericidio impuesto para garantizar la prioridad del
pago de la deuda.
Y concluye con una referencia política
al valor de la Unión Europea si va más allá de una unión monetaria mal
concebida, se dota de mecanismos de transferencia y de instituciones fiscales
comunes. Y profundiza democráticamente, claro, porque el relato que describe se
parece mucho a una especie neo-colonialismo continental y poco al proceso
histórico que se supone tenía que ser la Unión Europea.
En resumen, que con este collage apropiado
para amenizar una tarde agosteña, debieran descartarse visiones simples sobre
la situación, y por tanto recetas unívocas.
Este es un problema político, de
concepción política de un espacio económico. Es un problema de poder y de
intereses, obviamente.
La base productiva de nuestra economía
es débil. Si hubiera que elegir sólo una clave, sería esa. En Euskadi menos y
por eso las consecuencias y secuencias de la crisis están siendo distintas.
Lo que plantean las reformas
impulsadas por el Gobierno no es un modelo a la alemana. Todo lo contrario. Es un
reflejo casi genético-ideológico para
debilitar el movimiento sindical y la organización colectiva del trabajo en una
visión clasista de quien manda en su casa; fragmentar la negociación colectiva
pensando que es la culpable de la fragmentación del mercado de trabajo.
Y desde luego la receta simple y
tramposa que nos quieren vender como hechicera del modelo alemán, no debe
colar. No hay atajos. Sí muchos
intereses de por medio que, como siempre, miran y mirarán al corto plazo, a la
cuenta de resultados de ya.
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