Quizás cuando Sarkozy se refería a la refundación del capitalismo o Díaz
Ferrán al paréntesis en el libre mercado hablaban premonitoriamente de los
datos aportados por el Banco de España. Sitúan en torno a 61.300 millones de
euros las ayudas públicas a la banca en distintos conceptos de capitalización,
avales y garantías. Buena parte de ellos se empieza a dar por no recuperables.
Igualmente los datos de
endeudamiento nos recuerdan donde se alimentó la pesada digestión que
padecemos. Todavía 807 mil millones de euros de endeudamiento familiar del que
tres cuartas partes es hipotecario. Más de un billón de euros de las empresas
no financieras. Y digo padecemos porque si el rescate bancario va a tener un
enorme coste para el erario público, el desapalancamiento empresarial se nutre
entre otras cosas de reducciones salariales que ni mejoran precios ni invierten
en tecnología, y el lento desendeudamiento familiar lastra la renta disponible
y se hace sobre un bien en depreciación continua como son los inmuebles.
Esta mañana en las jornadas “Europa después de la crisis del euro:legitimidad, democracia y justicia” he podido escuchar la intervención
de Gerard Delanty, de la Universidad de Sussex hablar sobre la “Integración
europea y las contradicciones entre el capitalismo y la democracia”.
Hacía una reflexión
sobre la relación conflictiva entre un sistema de acumulación capitalista y un
sistema democrático que tendría una tendencia natural hacia la igualdad. La
posibilidad de hacer conciliable esta tensión habría tenido su mayor expresión
después de la II Guerra Mundial hasta la progresiva ruptura de los consensos
promovidos por la hegemonía neoliberal.
En lo que él denominaba desacoplamiento entre
capitalismo y democracia, que tendría un colofón evidente en la
insuficiente construcción política europea, planteaba un concepto interesante:
la capacidad del sistema de acumulación capitalista de transferir su enorme
crisis como crisis de la democracia.
Por un lado transferencia de
recursos que estamos viviendo y que ponen de manifiesto las cifras del Banco de
España. Pero sobre todo (por ahí he querido entender que iba el
argumento) la transferencia de responsabilidades y deslegitimaciones que el
sistema de gobierno, las instituciones y los agentes representativos en esas
instituciones están (estamos de alguna manera) sufriendo. Esa
desconfianza vertical y horizontal que otra ponente, Ukrike Liebert (Universidad
de Bremen) consideraba nefasta para la organización de las sociedades
complejas.
Es cierto. Especialmente allí donde las políticas de ajuste se imponen como
medidas ajenas, aparece un creciente desapego de la sociedad a sus cauces de
representación. Y por el contrario, mucho menor deslegitimación (aquí viene la
transferencia) de los agentes, instituciones e ideas económicas que han
promovido las inercias que alimentaron los problemas actuales.
Al salir del Bizkaia Aretoa de la UPV pensaba en eso. En el llamado caso
Bárcenas parece que nadie repara en lo más central del caso. Quien pagaba, por
qué y qué ha supuesto eso para el país y su modelo de desarrollo en los últimos
lustros o décadas.
Me venía a la cabeza empresarios y empresas alimentadas al calor de la ola
de la construcción, de la gestión externa de servicios contratados o
dependientes de concesiones públicas, magos de las relaciones preferentes con
las entidades financieras para minimizar el riesgo combinando crédito,
concesión o recalificación, retorno. Aversión a la transformación productiva.
Capitalismo de amiguetes y de cortesanos.
Y me venía a la cabeza la escena de uno de esos paradigmas. Ayer a
mediodía. Tras pagar 100 millones de euros por un tío que juega al fútbol con
20.000 personas aclamando. Sin reproches. “Marca
España” decía algún panfleto. Si llega a ser un alcalde sin sueldo, lo
crujen a tomatazos.
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