domingo, 8 de septiembre de 2013

La ilusión de 2020

No me llames iluso porque tenga una ilusión” cantaba el verbenero del Lichis y su Cabra Mecánica. El problema es a que acepción de ilusión nos refiramos. A la “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo” o al “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”. La primera es necesaria individual y colectivamente, y el fracaso supone el riesgo del intento. La segunda se parece más a una creación inducida, sobreactuada y promocionada para generar una expectativa irreal vaya usted a saber con qué intereses.

Reconozco que hasta hace pocos días ni era consciente de que ya se resolvía la candidatura olímpica de 2020. De hecho no estaba en el ambiente el asunto hasta que nos lo han metido por los ojos. Y también que no tenía una posición absolutamente definida sobre la conveniencia o no de que Madrid fuera la sede elegida. He leído argumentos razonables a favor y en contra de la oportunidad del evento y no siempre es fácil sopesarlos todos. Cada vez lo veía menos claro, partiendo como parto de que los estudios de impacto en uno y otro sentido tienen amplísimos márgenes de discrecionalidad o manipulación.

También había leído, para variar, ridículos alegatos sobre las siete maravillas que supondrían los juegos, con ribetes patrioteros habitualmente; en contraposición panfletos en contra en los que detrás del “anti-“ se pueden colocar unos juegos olímpicos, el metro o el tranvía de Bilbao, el Guggenheim o lo que sea. Siempre dicen lo mismo.


Lo que realmente me llama la atención son las reacciones tras la designación de Tokyo. No tanto las predecibles de la bufonesca mediática, con sociología franquista del enemigo exterior, perverso y contubérnico. Me llama la atención la capacidad que se tiene en España de crear globos que rápidamente dan a entender que existe un atajo, una fórmula. Un punto crítico inmediato que hará que los bastos tornen en oros y lo que hoy parece negro se convertirá en blanco por arte de birlibirloque.

No literalmente, claro. Nadie es tan tonto/a  (…) de decir abiertamente que unos juegos a 6 años vista y en los que se dice que el 80% de las instalaciones están construidas van a resolver un problema de paro del 26%. Pero las élites políticas, mediáticas, económicas del país tienen esa tendencia a inducir el placebo. A fomentar una ciudadanía infantilizada, consignera, banal.

Nunca a hacer un relato coherente de los fundamentos de lo ocurrido, necesario para entender los retos del futuro. Las élites no explican que la cosa no es si ZP tal o si el otro cual. Si tal olimpiada sí, o tal evento no. Es más. Siguen encantadas en ese esquema.

Nunca explicarán que los países que han crecido fomentando su demanda interna en base a sobreendeumientos sin un aparato productivo potente tienen un problema existencial. O se recupera el esquema de crecimiento anterior, cosa que no parece posible y desde luego no es deseable, o no hay una base económica suficiente para absorber el enorme drama de la gente sin trabajo.

Hay una sobrecapacidad productiva instalada, sí. Y si se recuperan las economías circundantes se recuperará actividad y una parte del empleo. Se podría reactivar una parte de la demanda interna y modificar ligeramente el círculo vicioso en el que estamos instalados.

Pero no nos engañemos. Eso no va a dar para recuperar tasas de empleo anterior. Hay que desarrollar nuevos sectores productivos, decidir cuales se fomentan, como se cualifica a la población para generar sectores de valor.

Hace falta cambiar la estructura fiscal que ha llevado a que los únicos recursos fiables sean los procedentes de la nómina, las cotizaciones sociales excluyendo la economía sumergida y los impuestos sobre consumo de bienes y bastante menos de servicios.

Es un sarcasmo institucional, casi cinismo, que Felipe de Borbón relativice el coste económico de unos JJ.OO. frente a su importancia generacional, mientras se recorta en cultura, investigación, educación o cooperación, como si no fuera estratégico para una generación o más, ser más incultos, descualificados o miserables.

Los riesgos de ruptura de las construcciones jurídico-políticas, sean los estados o sea la zona euro no van a llegar de efervescencias nacionalistas en abstracto. Llegarán de una especie de liganortismo en el que los territorios que si tienen una estructura económica más “insertable” en una economía de concurrencia global, consideren rémoras al resto. En estados plurinacionales pudiendo coincidir además con identidades nacionales evidentes, pero en Europa es perfectamente posible que esos procesos de ruptura sean promovidos desde el centro a la periferia. No es que Grecia o España o Portugal puedan entender que el euro no les sirve. Es que determinado concepto de construcción europea, por ejemplo en Alemania, puede entender que el resto les sobra.

Todas estas situaciones requieren de muchísima pedagogía. De mucha deliberación democrática, de debate reposado sobre la construcción federada de espacios políticos. De cómo se gobierna o no la economía. Estamos en una recomposición  brutal de la asignación de recursos económicos y poder político y lo que menos necesitamos son cuentacuentos.

Porque a eso y no a otra cosa sonaban los discursos de un Presidente del Gobierno que ante el COI pensó que con soltar las cuatro memeces habituales iba a convencer a la banda que le escuchaba (su ministro de Hacienda había preparado el terreno considerando al Estado Españolo un ejemplo económico ¡¡¡¡!!!!). Por no hablar de la Alcaldesa de Madrid con un tono y unas formas de quien habla a niños sobre las andanzas de Blancanieves.


Madrid 2020 para bien o para mal, ha muerto. Lo que no ha muerto es el complejo de Peter Pan con el que las élites quieren seguir tratando a una ciudadanía harta. Un hartazgo que puede ser antesala de esperanza, o tal vez de riesgo.



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