Ayer, 25 de noviembre, participé en un Fórum organizado por la fundación
Novia Salcedo sobre la problemática del empleo joven. En la mesa redonda se nos instaba a describir las “barreras de acceso” de la
juventud al empleo y como estamos trabajando ante ellas.
La primera barrera de acceso tiene que ver con el “muro
general” que existe en este momento producto de la situación económica. Estamos
ante las consecuencias del bloqueo financiero de 2007 y la incapacidad de
encontrar alternativas de empuje económico que sustituyan la exuberancia financiera
pre-crisis. Es más, producto de las políticas de austeridad y devaluación
interna, agravamos la misma y ralentizamos la salida. Por tanto estamos ante
una crisis de demanda solvente que contrae la actividad y destruye empleo de manera general, y de forma más acusada entre la juventud.
He querido empezar resaltando esto porque casi todos los
foros sobre empleo juvenil (y de otros “colectivos”) ponen demasiada potencia
en el foco de los problemas de oferta. En este caso de oferta de empleo juvenil
(empleabilidad, distorsión entre formación ofertada y empleo requerido,
actitudes, etc.). Y se puede acabar desenfocando los problemas de fondo. Equivocar los diagnósticos precede a errar en las respuestas, y en algunos casos los equívocos son voluntarios para obtener respuestas concretas, y eso sí, respuestas con interés de parte.
La segunda barrera
sería la precariedad como paradigma en la inserción laboral de la juventud. Digo
precariedad y no flexibilidad. En Euskadi y en España tenemos un mercado
laboral no dual, sino fragmentado de forma múltiple. La temporalidad se ha
utilizado de forma sistemática y abusiva como fórmula de entrada el mundo del
trabajo. En general la opción por el ajuste externo (contratación
precaria-despido fácil) frente a la flexibilidad pactada interna (adaptación en
función de las variables de demanda, cambio tecnológico, etc.). El ajuste
externo lleva aparejado un incremento del poder discrecional del empresario. La
flexibilidad pactada supone reconocer y reforzar la organización interna del
colectivo de trabajadores/as (Sindicato).
Sobre qué hacemos para superar estas barreras, he planteado
tres líneas de trabajo sindical. Confrontar con las políticas de austeridad. Es
necesario revertir el modelo de devaluación interna como método principal de
ganar competitividad. Todos los países
haciendo esto a la vez, esta especie de idea de ser todos Alemania, no es
realista ni posible. Se necesita incentivar la actividad económica desde
parámetros sostenibles y con un impulso de la demanda interna agregada
vinculada a recuperar elementos redistributivos. Esto pone de manifiesto la
insuficiencia institucional europea, y deja claro que estamos casi
principalmente ante una crisis política.
En segundo lugar debemos apostar por modelos de integración
laboral. De cohesión, reforzando elementos pactados para adaptar los cambios a
las realidades productivas. Huir de los modelos de “soltar lastre” del “último
que entra el primero que se va” por fórmulas negociadas que dejen como
última opción la extinción de contratos. No es sólo adaptarse a ciclos
económicos sino a los cambios tecnológicos o de sistemas. Aquí no hay fórmulas
neutras. Hay que reforzar la interlocución entre empresa y trabajadores/as como
sujeto colectivo, patronal/sindicatos.
Y en tercer lugar hay que dar centralidad, cohesión y
coherencia a las políticas activas de empleo. Partiendo de una premisa “no pedir peras al olmo”: las políticas
activas no generan empleo. Son elementos clave para prever y organizar las
transiciones de empleo y productivas. Necesitamos detectar y prever la
evolución de las necesidades sectoriales, tecnológicas y productivas que vienen.
Dotarnos de herramientas formativas para afrontarlas. Integrando los
subsistemas formativos, la universidad, la FP, la formación para el empleo,
etc. Junto a una adecuada orientación y adaptación curricular, sin hacer
compartimentos estancos entre formación reglada y para el empleo, así como
activar dispositivos para acreditar la competencia adquirida desde la
experiencia laboral. Habilitar y organizar sistemas de formación dual de carácter
general y de carácter específico. Y finalmente buscando fórmulas de
reconocimiento de las habilidades adquiridas contando para ello con la herramienta de la negociación
colectiva.
Entre las numerosas intervenciones de ponentes y personas
del público ha habido muchísimos elementos de interés. Ekkehard Ernst de la OIT
ha puesto el énfasis en el problema del crecimiento y la escasa ambición en el
G-20, así como la necesidad de coordinar políticas activas en Europa. Jannie
Pitt, Ministra-Consejera de Empleo de Australia ha hecho una lectura optimista
(y yo creo que muy voluntarista) de los resultados de la Cumbre del G-20 en su
calidad de anfitriona en Australia; Héctor Saz y Alejo Ramírez como
responsables del CJE y de la Organización Iberoamericana de Jóvenes han argumentado muy correctamente lo impropio de hablar de “situación juvenil”: La
juventud es compleja, es variada y se enfrenta a crecientes desigualdades.
Isabel Álvarez de EHNE Bizkaia ha demandado espacios para compartir información
de “lo que sale bien, y sobre todo, de lo que sale mal” en materia de empleo y
emprendimiento juvenil; Jon Altuna de la Universidad de Mondragón, demandaba
flexibilidad curricular y cercanía entre la empresa y la universidad.
Mi impresión general es que trabajamos como piezas sueltas
de un puzzle imperfecto. Imperfecto porque el empleo, juvenil o no, se mueve en
un terreno conflictual, el de las relaciones laborales y la economía. Pero ser
un terreno de conflicto latente no es óbice, sino todo lo contrario, debiera
impulsar la necesidad de buscar espacios de interlocución.
En Euskadi existe un servicio público de empleo de carácter
tripartito, no exento de problemas, pero que debe desempeñar funciones claves
en el futuro. No existe aún un espacio de diálogo social consolidado que sirva como
“cerebro social” sobre las políticas vinculadas al empleo y la promoción
económica.
Existen clusters
que analizan sectores estratégicos de la actividad económica y sobre los que
las organizaciones sindicales no tenemos idea de cómo funcionan.
Hay universidades, redes de FP, iniciativa social que juega
un papel en todo esto.
Necesitamos por un lado espacios tripartitos entre
administración, sindicatos y patronales, para prever, diseñar e implementar las políticas
que nos son propias. Por otro lado foros compartidos con agentes como las
universidades, los clusters citados,
la FP, etc.
Nadie, de ninguno de estos ámbitos, en conversaciones más o
menos informales, en Euskadi, en España, en la esfera internacional, sindical, en la CES, en la OIT, o en donde sea, niega que esto debiera ser
así. Y sin duda quien debiera coger la batuta de esta o estas orquestas,
debiera ser la administración, en este caso el Gobierno Vasco. Sólo hay dos
excepciones a fortalecer estos ámbitos. La actitud real de la patronal, y… los otros.
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