(artículo publicado en el Correo el 29 de abril)
Este Primero de Mayo se
desarrollará, a diferencia de los anteriores, con un exceso de optimismo desde
los mensajes oficiales respecto a la recuperación económica. Desgraciadamente,
ese discurso tiene más que ver con coyunturas políticas y electorales que con
el día a día de la gran mayoría de las personas.
La mejora de algunas cifras
macroeconómicas no puede ocultar realidades palpables. Las tasas de desempleo,
ocupación o cotización a la Seguridad Social se han deteriorado intensamente en
los últimos años. En la CAPV sólo el 47% de las personas está trabajando,
llegando esa proporción al 63% de los potencialmente activos. Lejos, muy lejos,
del objetivo de la estrategia Europa 2020
que tiene por objetivo que el 75% de las personas de 20 a 64 años tengan un empleo.
En el ámbito estatal los datos son directamente catastróficos.
Estas malas tasas del empleo
se ven agravadas por los efectos combinados que han provocado las últimas
reformas laborales y las actitudes de algunos agentes sociales vascos. La tasa
de trabajadores cubiertos por convenios colectivos está disminuyendo
gravemente, y es un paso previo a la desregulación intensa del mercado laboral
y una invitación a la caída salarial como elemento de dumping entre empresas.
La evolución de la renta
media o el nivel de deuda pública sigue siendo alarmante en España. En Euskadi
a datos corrientes, la recaudación fiscal era al finalizar 2013, inferior en
2.000 millones de euros a lo recaudado en 2007. Un 15% de caída en un periodo
en el que la disminución del PIB es de 1,9 puntos. La bajada de la presión
fiscal es el paso previo al deterioro de los servicios públicos y la inversión
de las administraciones.
Revertir estos efectos es
imposible desde las políticas de austeridad. La llamada devaluación salarial y
social ha sido una fórmula de salvaguarda de los intereses de acreedores
financieros tras la orgía crediticia previa a 2007.
Pero ahora son ya una
fórmula para desequilibrar de forma radical los consensos y los contratos
sociales de nuestros países. Por tanto están dentro de un planteamiento
político que está teniendo, entre otras consecuencias, la uniformidad de la
acción de Gobierno en países con mayorías sociales nominalmente de izquierdas.
Lo ocurrido en Francia es la última muestra palpable.
Se está dando un
planteamiento de distribución regresiva de renta. Es decir, políticas fiscales
que van a gravar más, relativamente, a quien menos renta tiene. Una disminución
salarial y desregulación de derechos laborales como fórmula de supuesta
competitividad y de incrementar los excedentes empresariales. Un debilitamiento
de la acción colectiva, sindical, social e institucional, para favorecer la
preeminencia de las élites económicas.
El sindicalismo tal como lo
entiende CCOO no puede ser un ejercicio de medicina forense. Aspiramos a
modificar la correlación de fuerzas desde el mundo del trabajo para promover
políticas más sociales, más inclusivas, más democráticas y que generen empleo
de calidad.
Para ello es fundamental
combinar dos actuaciones. Un cambio en la orientación de distribución de renta
combinando aspectos de política salarial, fiscal y de inversión pública. De
forma paralela un fortalecimiento de la organización democrática. El cambio en
el contrato social no puede hacerse contra la mayoría social, y ahí tenemos que
insertar nuestra acción y nuestra
propuesta.
Conjuntamente con la
Confederación Europea de Sindicatos, que se manifestó el 2 de marzo por las
calles de Bilbao, planteamos un Plan de Inversión del 2% del PIB de la Unión
durante 10 años. No como agregados de planes previos, sino como un plan
paneuropeo que actué como motor de arranque sostenible ante la atonía
económica.
En España hemos planteado un
pacto de renta sustentado en una potente propuesta fiscal, una política
salarial para recuperar poder de compra, y medidas sobre precios e inversión
pública.
La situación de Euskadi es
especialmente paradójica. Con buena parte de la competencia fiscal en el
territorio y más del 70% de las y los trabajadores regulados por convenios
colectivos de ámbito vasco, sería perfectamente posible explorar marcos de
redistribución de riqueza que hicieran compatible fortalecer el sector exterior
e industrial vasco, con activar la demanda interna y mejorar la recaudación
fiscal. No sería fácil, pero si posible.
Por el contrario nos
hallamos ante una voladura controlada del modelo de negociación colectiva y de
diálogo social. A través de una acción combinada de una patronal que se diluye
a pasos agigantados y el sindicalismo corporativista de ELA, acompañado
incomprensiblemente por LAB, al menos desde una perspectiva sindical (otra cosa
serían las valoraciones de coyuntura política).
Con esta correlación de
fuerzas sindicales no es posible establecer un marco vasco en la negociación
colectiva. Tampoco establecer un modelo sindical de auténtica influencia sobre
la gestión de los cambios que de forma cada vez más rápida se darán en las
empresas, los cambios tecnológicos, las necesidades de cualificación
profesional, etc.
Pero esto no va sólo de
equidad en la distribución de renta. Va de recuperar la soberanía social que el
poder económico ha superado por elevación. Para eso necesitamos
constitucionalizar un espacio europeo, es decir unas reglas que enmarquen
políticas fiscales, presupuestarias y regulatorias. Desde preferencias
democráticas, y no desde el ventajismo
del poder económico sin contrapesos.
Necesitamos federalizar
espacios de intervención estatal y nacional, ampliando la calidad democrática,
y vertebrar la sociedad. Las certezas del proceso constituyente español están
siendo superadas por una percepción de agotamiento del modelo, producto de
muchas causas. La política no puede hacer mutis
por el foro, nunca mejor dicho.
Desde la mejor tradición
internacionalista del movimiento obrero vasco, nacional, confederal y de clase,
el 1 de mayo invitamos a la ciudadanía a estar en las calles de Bilbao.
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