Fran es un guía
que trabaja en una empresa que organiza “tours”
por Escocia para turistas. Este verano nos contaba que en Edimburgo residen
16.000 españoles registrados en el consulado de la ciudad, pero que otro tanto
o más, viven allí sin estar registrados. Cotejados los datos, veo que no le
andan desencaminados situando el propio Cónsul en 12 mil y 25-30 mil respectivamente las cifras citadas, hace un año.
Nos relataba
también (Fran, no el Cónsul…) algunas de las “ayudas” que recibían por vivir y
trabajar allí (un día) respecto al alquiler, la educación y otras. Interpretaba
él que el flujo de inmigración en edad laboral y con una escasa utilización de algunos
servicios públicos (la sanidad por cuestiones de edad, la educación porque
suelen ir sobrecualificados, etc.) le viene bien económicamente a Escocia. De forma paralela a un sistema de contratación muy flexible tienen una red de
protección social importante. Nos decía que si pierden eventualmente el
trabajo, la administración se hace cargo del alquiler de la vivienda, incluso
aunque el pago del mismo sea alto. De esta manera se posibilita mantener un nivel de
gasto y ahorro apreciable y una satisfacción razonable de los “inmigrantes”.
A la vuelta a
Bilbao me hicieron una larga entrevista en EuropaPress en la que entre otras cosas me preguntaban por la polémica suscitada por alguna declaración política sobre el
fraude en la percepción de la RGI (Renta de Garantía de Ingresos) por parte de
colectivos de personas migradas.
La primera
referencia de la entrevista que leí fue a través de Twitter y se había hecho eco de ella eldiario.es. Lo curioso es que la leía a más de 1.000 km. En Conil de la Frontera mientras el sol se
sumergía en el mar, desde un punto en el que en los días de horizonte limpio se
divisa la costa africana. A 50 km. de Tarifa donde cientos de personas estaban
cobijadas en polideportivos tras ser interceptadas tratando de entrar en
Europa. A 60 en línea recta de Tánger, donde Helena Maleno, activista e
investigadora especialista en migraciones y trata de seres humanos, había sido salvajemente
agredida por marroquíes ante la pasividad policial mientras se asaltaba, se
desvalijaba y se atacaba a golpe de machete (según cuenta) a migrantes
subsaharianos apostados a la espera del paso a la tierra prometida, en una
macabra y gótica por excesiva, lucha darwinista.
Uno de los impulsos fundadores de la humanidad es desplazarse para mejorar la vida o incluso para sobrevivir. Hay lugares donde la geografía y la desigualdad hacen que las fronteras sean simas y el Estrecho es uno de ellos. Un mismo impulso condicionado por circunstancias económicas, geopolíticas, culturales, de todo tipo, que hacen que unas migraciones y otras tengan poco o nada que ver.
Un tema demasiado
delicado, demasiado poliédrico y demasiado proclive a ser utilizado de forma demagógica.
Claro que habrá algún nivel de fraude en la percepción de RGI como en cualquier
prestación sometida a prueba de rentas en una sociedad con rentas ocultas. Pero
las rentas ocultas que de verdad son cuantitativamente importantes no son ni de
lejos las de la RGI, como cualquiera que no sea un cínico sabe.
En todo caso la
cuestión de fondo es evaluar una política social valorando el nivel de cohesión
social que proporciona al reducir las situaciones de marginalidad o de
exclusión más extremas. Definir si se pretende una sociedad inclusiva porque
genera dependencias mutuas, sabiendo que también es una sociedad compleja donde
una acción genera efectos múltiples. Quien ostente representación institucional
debiera atender al conjunto de acciones y de efectos múltiples.
Desgraciadamente
se suele buscar el efectismo de analizar efectos singulares y más cuando,
sobredimensionados, sirven para identificar el
culpable, el responsable. Hacer reglas de tres para demostrar que los
inmigrantes reciben proporcionalmente más prestaciones sociales, obviando que triplican la tasa de paro de los autóctonos, o situaciones de mayor desarraigo
comparativo por razones obvias, no es de recibo. Apelar a estos lugares comunes
es apelar al imaginario colectivo menos cívico.
Pensaba yo en
Conil, cuando el sol caía con una caña mediante y creyendo intuir el contorno
africano, la polémica de la RGI y el recuerdo escocés, en la paradoja de la
patria en los zapatos que cantaba el Ultimo
de la fila.
Creo yo que la
nación vital de uno la marca como aspira a relacionar sus afectos, sus ideas,
los recursos y los espacios públicos. Al menos mi nación cultural creo que es la
de los lazos cercanos, las certidumbres cotidianas, la parte de estabulación
existencial que da calma y previsibilidad necesaria. La nación política son las
dependencias mutuas, los lazos anónimos, la proyección de principios, la norma
solidaria. La subjetividad afectiva y la objetividad racional. Corren en
paralelo o en oblicuo o se cruzan, quisiera que siempre se expandieran, no son
las mismas ni falta que hace, aunque pueden ser heterónimas. Raíz y rama.
Carretera y manta. Por eso mi nación no es nacionalista.
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