La OCDE ha instado a ligar estrictamente salarios y productividad.
Toxo ha contestado acertadamente que el factor de productividad ya se tiene en
cuenta en las subidas salariales en el ámbito
de las empresas.
Si en España se hiciera caso
al sentido literal de la recomendación de la OCDE y se ligaran las variaciones salariales a la productividad, se incrementarían fuertemente los salarios en el momento en el que se destruye
fuertemente el empleo. Porque en efecto, en las recesiones se destruye empleo a
una velocidad enorme. Por concretar más, por las características de la crisis de 2007, en un primer momento el empleo más volátil,
en sectores de mano de obra intensiva, normalmente de menor cualificación y con menores niveles de remuneración. Lo vimos tras la sangría de puestos de trabajo tanto en la construcción y sectores asociados (con sus particularismos en el modelo de
desarrollo español) como en otros
sectores de servicios normalmente ligados a la demanda interna: enorme
destrucción de empleo y a la vez, incremento de la productividad del trabajo
a nivel agregado.
Esta dinámica les sirvió
a algunos (entre ellos la OCDE) para llegar a otro
mantra: la negociación colectiva en España es tremendamente
rígida porque a la vez que se destruye empleo se produce un alza en
los salarios. Entre los expertos más beligerantes se
llegaba a acusar a los salarios y sus normas de determinación colectiva (convenios y por tanto sindicatos) de culpables del
paro, por tanta irresponsabilidad salarial.
Luego han llegado a reconocer que la explicación a esa aparente paradoja, no era tanto
que los incrementos salariales fueran desmedidos sino eso del "efecto
composición". Por decirlo de forma simple, que si los puestos de
trabajo que se destruían eran los que estaban en la parte baja del "escalafón" salarial, los empleos que quedaban tenían salarios comparativamente más
altos. Un efecto básicamente estadístico por la desequilibrada composición sectorial del aparato productivo en la economía española, no una rígida insensibilidad del sistema negocial.
Pero daba igual. La sucesión
de dogmas estaba lanzada y su consecuencia final fue la reforma laboral de 2012
que no sólo contenía los elementos regulatorios para propiciar la devaluación salarial, sino que modificaba de forma estructural la correlación de fuerzas en las relaciones laborales colectivas. Y no sólo pensando en el periodo de crisis, sino como opción estructural.
Magnífico y sencillo
ejemplo de cómo una crisis y un
discurso dominante sirven para modificar relaciones de poder social. Decía alguno aquello de que no es economía, es ideología… pues mucho de eso
hay.
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