lunes, 20 de abril de 2015

20 de abril

20 de abril del 2015

Hola chato ¿cómo te va? Perdona por el retraso en escribir. Han sido 25 años que siguiendo el tango no son casi nada, pero para mí han supuesto toda una vida. Más de la mitad al menos, desde que saliste por la puerta de aquel “pub” envuelto en humo. Si, ya sé lo que te dije y que fue él, “el tío ese”, pero de esto hace demasiado como para que te cuente un cuento.


Por cierto, no tenía críos en plural cuando me escribiste. Tenía crío. Cría en realidad: Amanda. Ahora sí, dos. La parejita: Daniel. Ella vive en casa, volvió tras llevar unos ocho años emancipada. Separada, con un piso en alquiler y sin vender, y un curro a media jornada que le obliga a que la otra media la pase en su casa materna, es decir la mía. En concreto las horas de comer y de dormir. Él en Innsbruck, trabajando para una ingeniería que no sé ni decir cómo se llama. Salió a su padre, listo y desapegado, con gracejo del sur y mirada hacia el norte.


Ay, siempre me pasa igual. Me disperso hablando de ellos antes que de mí. Ya ves, nuestra liberación, la cabaña del Turmo, las hogueras y las guitarras, Silvio y Nirvana, para terminar poniendo las fotos de los niños en los perfiles de las redes sociales. Niños que van hacia el cuarto de siglo, pero niños a fin de cuentas, sonrientes en las fotos. Me recuerdan a mí cuando tu carta, quizás por ello exhibo sus fotos, como una especie de retrato de Dorian Grey pero al revés, el retrato renueva belleza, y yo… pues no tanto.

 Me preguntabas por mis sueños y tus canciones. Siempre fuiste un cachondo un poco cínico. Tus canciones eran tus sueños que se desvanecían los domingos a la tarde cuando volvías a la ciudad y te enfrentabas a los lunes vidriosos de los insípidos primeros noventa. ¿Mis sueños decías? Tomaron asiento en los balances de una inmobiliaria, un BMW directo a la gimnasia, unos prodigiosos últimos noventa y unos felices dosmiles que un buen día, se escaquearon por un low-cost a Praga del brazo de una “tía esa” que nunca fui yo.  

No te pongas melancólico que te conozco. Las sienes del tiempo blanquearán lo que quieran pero yo me tiño caoba y vivo al día. Cómo tú querías entonces y yo no quiero ahora. Amanda volvió a casa ¿te lo he dicho? ¿Sí? No quiero releer lo escrito, cuando una hija se ha subido a una ola y vive más, sabe más y gana más que su madre y probablemente que su padre, el día que se cae del pedestal se indigna. Y así vive, indignada no sé si conmigo o con ella. Desde luego no con su padre, porque indignarse los domingos desde la media mañana hasta después de un menú-degustación son ganas de autocastigarse. Y por ahí si que no pasa...

Bueno, pues ya me despido. No hace falta que contestes, o si te parece, hazlo allá por un 20 de abril del año 2040, cuando quizás ni recuerde aquellas risas que nos hacíamos todos juntos en aquellas noches vaporosas y volubles, cuando aún no sabía mentir.


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